Ficción o realidad, el beneplácito de la duda como aliado. Yo soy el relato y, tal vez, alguno o alguna de quienes lo estéis leyendo forméis parte del mismo sin saberlo. C’est toi?
Frecuento Lamucca, me gusta tomar algo allí mientras contemplo al resto de comensales con todo el cuidado que, como avezado observador que soy, pongo en práctica para no incomodar ni ser tachado de mirón. Además de esta apariencia común que me convierte en cualquiera. No siempre encuentro quién despierte mi interés, pareciéndome todo igual de neutro. Entonces me abstraigo recordando a alguno de mis convidados.
Recupero ese momento en que llamó mi atención por encima del resto de la clientela, bien por sus gestos y expresiones, su fachada de indiferencia o sencillamente su singularidad. Vuelvo a sentir aquel escalofrío de entusiasmo, como cuando de niño veía el regalo envuelto y, sólo con imaginar qué me esperaba dentro, ya me invadía el hormigueo de lo placentero. Surgen como fogonazos en mi retina escenas de la habitación que ambos compartimos.
Allí sigue desnuda, plantada y rígida, mi pasmada convidada de piedra, encordada desde los tobillos hasta donde arranca la mandíbula a una barra de acero tan inflexible como ella. En aquella ocasión decidí inmovilizar sus párpados con unas cuantas puntadas, qué enormes y ovalados se tornaron los ojos, parecían redimensionados por el pánico. Cuánta agitación en ellos, cuánta desesperación. Y esa fougère fragance que exhala cada partícula de mi habitación de recreo, -- ¡Mmm! --, fusionada con las notas dulzonas de la miel con la que impregné su rostro, al que comienzan a acudir las moscas más espabiladas.
Moscas y más moscas que atraen a otras moscas con su zigzagueante griterío –Bzzzz—, tan soporífero como exasperante, ¡soy un apasionado de la contradicción! Observo como quedan atrapadas al posarse sobre la pegajosa sustancia, cubriendo la piel como un velo, un velo de moscas. Las más sedientas acuden a los ojos, a otras se las escucha mordisquear la pútrida manzana que he colocado entre sus labios, sin poder evitar que vayan colándose en la boca, una tras otra, ávidas del exquisito manjar. --No muevas la lengua o te las tragarás –le aconsejé.
No la maté, la sinrazón y el sufrimiento deben continuar una vez los libero –Show must go on!—. Despertar en su cama como de un mal sueño, en un cuerpo magullado, dolorido, y con esa sensación de lo extraño, de que algo no ha ido bien. Cualquier día en Lamucca, ese olor ¿familiar? te resulta incómodo, ligeramente asfixiante y opresivo, se te revuelve el estómago y sientes náuseas. O, de repente, sudas, hiperventilas y el corazón golpea con un ritmo frenético, entrando en pánico ante un zumbido, un chirrido metálico, una risa que crees reconocer, y sientes miedo sin saber el porqué. Probablemente estaré en la mesa de al lado, en la de enfrente, o habré pasado rozándote para ir al baño.
–Como las moscas a la miel—le escuché decir en el restaurante.