En mitad de la noche cerrada el horror volvía a perturbar mi sueño. Tumbado sobre el colchón, flotando sobre la inmensidad del oscuro océano. Aquejado por un frío cegador que trastornaba todo sentido. Sumido en un ensordecedor silencio, a veces roto por el tétrico bramido de no se qué criaturas. Aturdido por el vértigo a una terrible y profunda profundidad. Miles de fauces abiertas en el abismo esperando mi desgracia. Mi esperanza era una muerte súbita que me liberase de ese martirio. La soledad tantas veces anhelada era ahora una tenia devorándome lentamente. El miedo me dolía con un dolor cáustico que me aterraba. Tal vez por el desatino de tanta agonía comencé a reirme histriónicamente. La risa del demente. Y una de esas carcajadas me despertó súbitamente de mi sueño. Estaba empapado en sudor, tiritando y con el pulso desbocado. Miré el reloj y aún quedaba mucha noche. Pero necesitaba levantarme para serenarme y reponerme de tan angustiosa pesadilla. Me giré sobre el colchón para incorporarme. Y caí al agua helada del oscuro océano.