Dos días habían pasado desde que Jane desapareciera tras un despiste de sus padres. Volver de la casa de los vecinos para encontrar una puerta trasera entreabierta y un rastro perdiéndose en el frondoso bosque.
La búsqueda era incesante y el hermano mayor de la niña, Phil, ayudaba en lo que podía. Era un adolescente aventurero, algo fanfarrón, y al que le encantaba inventar historias de mundos fantásticos para entretener y chinchar a su hermana. Jane ya no estaba. Ahora lloraba él.
En la mañana del tercer día, frustrado ante los estériles esfuerzos del equipo de búsqueda, Phil decidió seguir en solitario el camino por el que Jane parecía haberse esfumado. Ya en el bosque, llegó a una casa de juegos escondida sobre un enorme álamo negro, la cual sólo los hermanos creían conocer.
Allí había juguetes, disfraces raídos y algún que otro animal muerto. Era un lugar fantástico, donde Phil y Jane construían un universo de aventuras siempre exageradas por la presencia de un misterioso hueco en la corteza del árbol. El chico bromeaba con extraños seres habitando en ese agujero, lo que al él divertía y a ella aterrorizaba. Tras un rato allí, se sintió desolado al no encontrar rastro de su hermana, pero ya era hora de volver, sus padres le aguardarían con preocupación.
Ya bajando las escaleras colgantes, Phil escuchó un susurro:
-“Phil...”-se oyó desde el agujero. Se estremeció.
-¿Jane?- gritó tímidamente el chico subiendo de nuevo a la casa.
Inclinándose ligeramente dentro del agujero, llamó a Jane de nuevo, si bien sólo escuchó su propio eco devolviéndole un intenso miedo por respuesta. Debía volver atrás, pero inexplicablemente se sentía atraído hacia el interior. Poco a poco el agujero le arrastraba, cuando intento escapar ya fue tarde, se deslizaba por un angosto y pegajoso conducto. Sus gritos de terror se ahogaban en una oscuridad inmensa, que al tocar fondo se silenciaron tras un seco impacto.
Una legión de finísimos filamentos ahora se abría paso bajo la ropa de Phil, punzando su piel y terminando de desmembrar su cuerpo, succionando la vida del muchacho, que se sumía en una plácida y narcótica tortura sin dolor. Su corazón latía, pero sólo para nutrir a aquel ser con el que se había fundido en una forma de vida imposible. Aún en su agonía, Phil soñaba con Jane. Veía su alegre sonrisa, volvían a estar juntos y la abrazaba en su sueño. Todo esto premonitorio de lo que estaba por llegar.
Así, una mañana de otoño poco después de las desapariciones, una policía rastreaba pistas de los pequeños junto al viejo álamo. Entonces ocurrió algo extraño. Salían de la raíz del álamo, dos gigantescos hongos, nunca antes vistos por una aficionada a las setas como ella. Se acercó y a un leve toque de su pie, explotaron violentamente en sendas nubes de esporas haciéndole estornudar compulsivamente hasta el ahogo.
Nueva vida. Volando libres al viento, los hermanos volvían a encontrarse.