Abel era osado por naturaleza; sin embargo, en ese momento se encontraba agazapado bajo su cama sin poder dejar de temblar. Lo que acababa de ver le había dejado sin aliento y en estado de shock.
La imagen de sus padres se repetía una y otra vez en su mente. Sentados en el sofá del salón, con los ojos totalmente abiertos e inexpresivos, la pareja parecía seguir viendo la televisión como solía hacer durante casi todas las horas del día. Pero en esta ocasión, la sangre teñía de rojo todo el lugar.
Una intuición le había hecho correr hasta el dormitorio para esconderse bajo el somier. Estaba seguro de que el autor de ese horrible asesinato seguía en la casa. Desde el frío suelo, que le calaba todos los huesos, comenzó a escuchar un ruido extraño e indescifrable. Aun sin saber el origen de aquel sonido tan singular, al joven le resultaba perverso.
Cuando unos zapatos de cuero marrón y salpicaduras de sangre aparecieron en el umbral de la puerta todos sus músculos se tensaron. Abel notó cómo una gota de sudor le caía desde el mentón hasta el suelo y tuvo miedo de que pudiera escucharse. Los zapatos pasearon por la habitación dejando huellas rojas por donde pasaban y sin la menor intención de ser silenciosos. Ese individuo no tenía miedo a nada. Después de un minuto eterno, el joven vio cómo se alejaba para salir del cuarto. Un leve resoplido de alivio fue suficiente para detener aquellos pasos tan crueles. El chico se apretujó contra la pared al comprobar que el asesino se giraba hacia él. El calzado volvió a ponerse en marcha para detenerse justo delante de la cama.
Sabía que debía guardar silencio, pero su corazón latía con demasiada fuerza, sobre todo cuando un cuchillo enorme cayó junto a los zapatos que lo atenazaban. Aquel puñal se convirtió en la última esperanza para Abel, que no dudó ni un instante en alargar la mano para alcanzarlo. Con un movimiento veloz fue capaz de coger el cuchillo y llevárselo consigo. El individuo no hizo ningún movimiento para recuperar el arma.
Muy despacio, pero sin titubear, el asesino volvió a girarse para salir de la habitación. El joven, después de escuchar cómo se abría y cerraba la puerta de la calle, fue capaz de salir de su escondrijo para volver al salón. Se colocó delante de sus padres para contemplarlos nuevamente. Después, giró el rostro de forma instintiva para mirarse en el gran espejo que daba amplitud al lugar.
Jamás fue capaz de comprender cómo había llegado toda aquella sangre a su ropa ni de dónde habían salido aquellos zapatos de cuero marrón que llevaba puestos.