¿Cómo se pasa del aprecio voluptuoso de una mariposa posada sobre una flor, a la excitación sádica de ver un cuerpo descuartizado bañado en sangre?...
Una soleada mañana se encontraba sentado plácidamente Fernando, un alegre chiquillo de 6 años, quien acercaba sigilosamente su dedo hacia una mariposa posada sobre una flor con la intención de que volase hacia su mano. Una noble sonrisa quedó dibujada en su rostro cuando observó a la mariposa volar elegantemente hacia la matutina puesta de sol. De pronto, notó cómo el pie de su padre se clavaba en su estómago y lo elevaba por los aires, haciéndolo escupir sangre. Tras una rápida pero intensa paliza, su padre le reprochó su distracción y le comunicó que se preparase para ir a urgencias; su madre acababa de sufrir otra sobredosis. Sin embargo, esta vez, no salió con vida de ella. El ya presente entorno de violencia y humillación incrementó desmesuradamente, pues el padre comenzó a consumir cocaína y antidepresivos, lo cual desembocó en un comportamiento extremadamente inestable. A esto se sumó el bullying diario que recibía de sus compañeros de colegio y una constante desatención fruto del comportamiento irresponsable de su padre.
Fernando, al principio un joven de intensos sentimientos y un fuerte instinto de amor, fue poco a poco abrazando la apatía y el rencor. Su mirada pura, brillante y sincera se tornó misántropa, seria y fría como un iceberg. Los únicos sentimientos que podía ya discernir eran el odio, el miedo y el asco.
6 años más tarde, Fernando cumplía 12 años. Era su cumpleaños y no sabía a quién invitar. Ni si quiera sabía para qué hacerlo. Su padre se encontraba drogado en el sofá observando absorto la televisión; no había recordado que era el cumpleaños de su único hijo. A veces ni recordaba tener descendencia. Fernando decidió salir a la calle para dar un paseo. Hacía un calor insoportable, por lo que se resguardó en la sombra de un árbol. Más tarde, se acercó un agradable perro callejero, y Fernando comenzó a acariciarlo con una temblorosa sonrisa. De pronto, un torrente de sentimientos confusos invadió su mente haciéndolo entrar en trance. Cuando logró volver en sí, pudo observar sus manos apretando el cuello roto del joven perro y un pequeño charco de saliva y sangre. Tras una sensación nauseabunda, sintió entrar en un sádico nirvana…
Fernando ya con 35 años se había vuelto muy popular entre sus vecinos y compañeros de trabajo, pues poseía una personalidad embaucadora y para muchos suponía un ejemplo a seguir. Todo hubiese sido corriente si, un buen día, no le hubiese sorprendido la policía descuartizando a una mujer a quien anteriormente había violado y torturado, para después descubrir en su sótano una escalofriante colección de cadáveres, sádicos cortometrajes e instrumentos de tortura increíblemente desgastados.
Fue condenado a cadena perpetua, la cual no cumplió, pues el cuarto día se suicidó con una cuchilla de afeitar escribiendo con sangre en las paredes de su celda: “Tú también podrías acabar así”.