Amaneció hace tres horas. Los martes se le hacían igual de largos que los lunes pero viendo el fin de semana cada vez más cerca. Abrigo, llaves, dinero y encaminar las escaleras hacia la calle. 14 de junio en el calendario de la puerta. Al salir, su barrio, desde hace tres semanas, casi despertaba a la vez que él. Comprar el desayuno, la prensa y a casa de nuevo. Y empieza la cuenta.
Uno, señora de rojo con carrito. Dos, madre con dos niños dirección al colegio. Tres, chica joven, vestido azul y zapatos beige. Dobla la esquina, para en el paso de cebra. Cuatro, conductora del Toyota gris, gafas de sol. Cruza cuando frena. Llega al quiosco, alcanza la revista y alarga la mano para pagar. Cinco, chica joven con su pareja pasa por detrás. Seis y siete, dos mujeres vestidas de uniforme cruzan por el paso que él mismo utilizó. Sigue hacia la panadería. Al entrar, la número ocho le atiende detrás del mostrador.
- Buenos días.
- Hola, una barra de pan, por favor – nueve, entra una señora al terminar su frase.
Cuando paga, coge su bolsa y sale. Diez, una señora quiere entrar; le cede el paso amablemente. De nuevo reanuda su marcha hacia su casa. Ojalá no haya nadie. Ojalá no se cruce con ninguna otra mujer.
Once, mujer de verde pasa a su lado. Doce, chica muy joven en la acera de enfrente. Acelera el paso y hace ademán de bajar la cabeza. Trece, señora con bolso azul, se rozan al cruzarse. Acelera. Le quedan 50 metros a casa. Por favor. Quiere llegar y descansar de una vez. Unos instantes antes de llegar a su portal, ocurre. Catorce, mujer rubia, de unos 40, vestida con abrigo negro y bolso rojo.
- Buenos días señora, disculpe que la moleste...
El baño tenía el reguero de sangre que nunca conseguía controlar. La bañera estaba completamente teñida de rojo. Olía a muerte, a final. Había conseguido limpiar los restos de la escalera de su edificio, pero su casa era distinto. Le gustaba regodearse en ella. Tocarla. Sentir como el cuerpo perdía temperatura. Frío y sangre y suavidad a lo largo de toda su piel. Casi era sexual, le excitaba ver su cuerpo inerte, demacrado, herido. La mujer yacía desnuda en la bañera; seguía goteando la sangre desde su cabeza hasta sus manos, resbalando por el lateral. Su abrigo y su bolso se amontonaban en el suelo. Ahora sólo pensaba en cómo deshacerse de ella. De la catorce. Por suerte ayer, no llegó a encontrarse con trece mujeres. Pero hoy sí. Hoy no pudo evitar el maldito número del calendario de la puerta, 14 de junio.
Vive atormentado. Vive solo. Vive rezando porque no lleguen de nuevo los primeros días de julio. A veces es muy complicado tener que asesinar a la primera mujer con que te cruces.