¿Tengo los ojos abiertos o cerrados? ¿Es posible saberlo cuando no puedes ver nada? Trago saliva y me doy media vuelta sobre el colchón. Siempre me ha gustado dormir con la persiana subida, que el tenue resplandor de la calle me permita intuir las siluetas de los muebles y la ropa doblada sobre la silla. Esta noche no puede ser: el apagón me sorprendió cruzando la puerta de la habitación del hotel -apenas dispuse de unos pocos segundos para verla-; descorrí las cortinas, pero las farolas de la avenida tampoco funcionaban y el cielo encapotado no dejaba pasar la luz de la luna y las estrellas. Tanto dentro como fuera había una oscuridad total.
Desconozco cuánto hace que me acosté, ni siquiera si he conseguido dormirme en algún momento, es difícil saberlo cuando no puedes ver… ni oír nada. Hasta ahora no me había percatado: puedo escuchar mi cuerpo moviéndose entre las sábanas y mi respiración, sin embargo, fuera de la habitación, en el resto del hotel y la calle, reina el silencio. Siento un escalofrío y estiro la mano en busca del móvil, necesito que el brillo de su pantalla rompa esta sensación de aislamiento. Doy un respingo: mis dedos se detienen al tocar algo, pero no es el cuero de la funda del teléfono. Su tacto es blando y resbaladizo como la tripa sudorosa de un cuerpo fofo y reacciona moviéndose con brusquedad, alejándose con un burbujeo pastoso. ¿Qué demonios ha sido eso?
“¿Hay alguien ahí?”, la única respuesta que recibo es el mismo borboteo surgiendo de las tinieblas. El aire huye despavorido de mis pulmones y me abalanzo sobre la mesita de noche en la que reposa el teléfono, pero mis manos no encuentran más que el vacío. He perdido la orientación, no conozco la habitación. Y no puedo ver absolutamente nada.
Grito al recibir el impacto. No es doloroso, sólo un tirón fuerte, como si alguien que planeaba arrastrarme agarrándome por el tobillo de la pierna derecha se lo hubiese repensado tras un primer zarandeo. Muevo los brazos desesperadamente: ni siquiera doy con la pared que hay tras la cabecera de la cama, como si se hubiera desvanecido. Sólo hay oscuridad. El segundo tirón es en la pierna izquierda. Reacciono lanzando un puñetazo; mis nudillos atraviesan el aire sin golpear a mi atacante.
He de huir de aquí. Hago ademán de bajarme de la cama, pero mis piernas no responden. Bajo las manos hacia las rodillas y siento como el terror se apodera de mí: donde deberían estar no hay nada, mis dedos sólo tocan las sábanas. Una nueva sacudida me aturde antes de que deje escapar el alarido que se forma en mi garganta. Y dejo de moverme.
Sé que pasa el tiempo, aunque desconozco si mucho o poco. Grito, o eso creo, aunque no oigo absolutamente nada. ¿Tengo los ojos abiertos o cerrados? De hecho, ¿sigo teniendo ojos… o cuerpo? Supongo que, en la oscuridad total, poco importa.