Como cada noche, noto su presencia y, como cada noche, nota mi atención. Sabe que todo lo
que queda de mis sentidos está puesto en él, pero no mueve ni un solo ápice de su ser, como
si tratara de ocultar algo que es evidente para ambos. Espera pacientemente en una lucha que
sabe ganada mientras que yo, como un pez que aletea fuera del agua, me resisto a la
resignación de una derrota que se segura.
De este modo aparece, como cada noche, en mi habitación. Justo en la esquina frente a la que
reposa mi cabeza. Noto como poco a poco se acerca y en el último parpadeo veo sus ojos
amenazantes clavados en los míos, dos puntos rojos que centellean famélicos ante el
inminente banquete que mi demencia está a punto de servir.
Sé que viene a por mí y, sin embargo, un pánico mudo e inconsciente me impide huir. Como
cada noche, caigo a sus pies. Se deleitará con cada hora que pase alimentándose de mis
remordimientos, añadiendo el tormento de la pesadilla que le falta a mi culpa.
Toda una vida hemos librado esta batalla y toda una vida la seguiremos librando, hasta que yo
no tenga nada que soñar, o hasta que él no tenga nada que decir.
Caigo en la duermevela y me siento indefenso. Sus fangosas garras se introducen por cada
orificio de mi cuerpo y me recuerdan quién soy. Su podrida lengua relame cada uno de mis
recuerdos para hallar el momento en el que sucumbí ante la vida y así poder proyectarlo,
como cada noche, en mis pesadillas.
Rindo ya mi esperanza y caigo arrodillado ante mi ejecutor, con el espinazo listo para ser
devorado por sus fauces.
La pesadilla está a punto de comenzar, pero yo quiero negarme. Mis pupilas se mueven
nerviosas tras los párpados. La desesperación me empuja a retomar el control de una parte de
mi mente. Lo estoy consiguiendo y, cuando por fin abro los ojos, ahí están los suyos. Rojos,
clavándose en mi mirada. Pero ya no están hambrientos, no, sino que suplican. Suplican
piedad para que los libere de su agonía. Tuerzo una sonrisa vengativa y lo comprendo. Somos
dos seres en una misma jaula, cada uno preso de la condena del otro, pues no hay peor
pesadilla para un monstruo, que guardar los tormentos de otro.