Lucía me mira fijamente mientras yo no hago otra cosa que evitar su mirada.
Desvío la mirada y centro toda mi atención en mi taza. Cojo la cucharilla, la sumerjo y empiezo a darle vueltas. El líquido está helado, pero, aun así, fijo toda mi atención en el té. Necesito llevar mi mente a otra parte para ordenar mis ideas. La última vez que vi a Lucía no tenía tan buen aspecto. La heroína se había cebado con ella, demacrando tanto su belleza que dolía mirarla, nada que ver con la beldad que tengo sentada ante mí. Porque de una cosa estoy seguro. Aunque se mueve, suena, anda y habla como Lucía, hay algo en su olor que…
Se acerca el camarero, pero Lucía no le presta ninguna atención. Continúa mirándome sin cambiar de expresión. Hoy Lamucca está hasta la bandera y no tardan en reclamar la atención del sirviente, quien de nuevo me deja a solas con quien fue mi primer amor y a quien, sin embargo, no reconozco.
- Te he hecho una pregunta muy sencilla…
- Te he oído, Lucia. Las dos veces…
Intento tomar el control de la conversación, pero no consigo formar un pensamiento coherente. Me distrae el olor. Un olor familiar que no consigo ubicar. Lucía mira mi té y este comienza a hervir.
- ¿Qué quieres de mí, Lucía?
Me mira y sonríe. Y me derrito como mantequilla caliente. Conozco esa sonrisa. Viví por y para ella y casi acaba conmigo. Y aun así… Algo me dice que no es ella.
Alarga la mano y la posa sobre la mía. Está fría como la piedra. El vello de mi nuca se eriza y apenas puedo respirar. El maldito olor… Química y podredumbre… Como mi hermana Inés, cuando enfermó de leucemia. Ese olor de la Muerte esperando…
Hago acopio de valor.
- Desearía saber dónde has estado los últimos cinco años. Como conseguiste desengancharte del jaco, porque tienes mejor aspecto ahora que con dieciséis años y a quien le has robado los dientes. Desearía saber que quieres de mí, porque además de mis ahorros y mi televisión, me robaste la compasión y mi corazón. Desearía saber porque hueles a muerto.
Eso la sobresalta.
- No sé qué criatura del averno eres y porque me torturas con la imagen de la única persona que he amado, pero no puedes hacerme más daño que el que ella me hizo.
Lucía grita. Un grito sordo, inaudible. Los perros lloran desconsolados, mientras cientos de pájaros caen del cielo, humeantes, como alcanzados por un rayo. El olor a azufre lo inunda todo y en sus ojos puedo ver todas las posibles muertes de mis seres queridos. Cientos de miles. Caigo de rodillas, sollozando. Gritando.
- ¿Qué deseas, Carlos? Dilo. Formula el deseo.
- Deseo que pare.
Se hace el silencio. No capto olores y el mundo se ha desvanecido. Siento algo mordiéndome el pecho en la oscuridad. Suplico que pare, pero pronto el dolor se torna en placer.
Sonrío.