Una luz tenue cubría el ambiente. En la quietud de la noche crepitaban las hojas . Dos anillos reflejaban una sombra misteriosa.
Hace más de dos años que Ana no caminaba por esa plaza. Allí comenzó su historia. Una tarde soleada de abril salió a correr; casi siempre lo hacía después de volver de su trabajo.
Pero esa tarde, no fue una tarde cualquiera. Sólo le quedaba una vuelta más. Agotada por el esfuerzo, cayó sobre el césped húmedo. Un hombre vió la situación y con paso rápido se dirigió hacia ella.
Él la ayudó a levantarse y la tomó por la cintura suavemente hasta que poco a poco, pudo incorporarse sobre sus pies. Las piernas le temblaban, no era dueña de su cuerpo. Magnetismo que cubría su blanca piel. A él, no le fue ajena la situación. Respondió. Respondió con más silencio y una respiración agitada que le quemaba su ser. Estaba anocheciendo. Una luna llena y curiosa fue cómplice de esas dos almas que se unían por primera vez.
Los meses pasaron. Una noche de diciembre, el la llevó al mismo lugar dónde se besaron con las miradas. Se arrodilló frente a ella, sacó de su bolsillo una cajita dorada, la abrió y le mostró los anillos de compromiso. Ella asintió entre lágrimas de felicidad. Una de esas tantas lágrimas humedecieron las hierbas y un viento suave dejaba ver una sombra entre los árboles.
Un fuerte aroma a jazmines inundaba la noche. Cuando él comenzó a pararse, uno de los anillos cayó en el pasto. Lo buscaron. Lo buscaron toda la noche. Lo buscaron día tras día. El anillo con las iniciales de él, no aparecía; era cómo si se lo hubiese tragado la tierra sólo en un segundo. Llegó el día de la boda. Nuevos anillo y nuevas ilusiones. Volvieron al mismo lugar pasa sacarse unas fotos antes del gran banquete nupcial. El bajó del auto primero y la ayudó a ella con su vestido . Los dos tomados de la mano se acercaron a la zona dónde habían perdido el anillo. Se sacaron fotos, muchas fotos.
Un fuerte olor a jazmines inundaba la noche.
Recuerdos, sólo recuerdos. Imágenes que la invadieron apenas pisó otra vez, un pedacito de su vida.
Volvió a caer sobre la hierba mojada, como antaño, Su mano derecha tocó algo; rodó sobre su cuerpo y allí estaban dos anillos vestidos de pasado.
Levantó el que más brillaba, lo observó y con asombro descubrió las iniciales de su gran amor. Como designio del cielo, se puso en el dedo el primer anillo de compromiso que su amado le había regalado.
Luego trató de tomar el otro anillo. Ruidos ensordecedores lastimaban sus tímpanos. Trató y trató. De pronto algo se movía. Los árboles quietos y expectantes. La luna espiaba; una mano de huesos desgastados y blanquecinos la sorprendió, la tomó del tobillo y le dijo: tú eres para mí.
Un viejo pergamino voló entre sus dedos entrelazados y el polvo los cubrió para siempre.