Me encanta hacer escapadas al campo. Dejar atrás la ciudad y desconectar. Sobre todo cuando lo hago junto a Adriana, mi hija de 8 años. Es una de las aficiones que compartimos, para mi es mi momento de tranquilidad lejos del trabajo y la rutina; para Adriana siempre es una nueva aventura.
El 21 de septiembre no fue distinto a otros sábados en los que nos habíamos ido juntas de excursión. Llevábamos una hora andando cuando Adriana empezó a correr hacia unas ramas que había a un lado del camino. La vi agacharse a coger algo, y me acerque para ver que es lo que había llamado su atención.
Era una Kodak desechable. Hacía muchísimo que no veía una, para Adriana sin embargo era algo totalmente desconocido. Seguimos caminando mientras le explicaba como funcionaba.
- No entiendo, mamá. ¿Qué pasa cuando llega a cero? ¿Y cómo sabes que ha salido bien la foto?
Quedaban dos fotos por hacer, y me pareció divertido enseñarle a mi hija cómo funcionaba. Giré la ruleta, le di la cámara y posé para ella. Para terminar el carrete, se me ocurrió que podíamos hacernos un selfie las dos.
La emoción del hallazgo nos duró todo el fin de semana. Así que el mismo lunes, en cuanto tuve una hora libre en la universidad en la que trabajo, me dirigí al cuarto oscuro del departamento de audiovisuales para revelar las fotografías que contenía la Kodak.
Habíamos especulado mucho sobre las fotografías que nos encontraríamos, a decir verdad las que menos nos interesaban eran las que habíamos tomado nosotras. No podía esperar a volver a casa con las fotos para verlas junto con Adriana.
Empezaron a revelarse las primeras imágenes. Yo las miraba bajo el brillo de la luz roja de la sala. No había nadie más. Yo, la bombilla roja y las imágenes que se iban revelando. La primera de las fotografías mostraba a una chica joven en una cocina, fregando mientras posaba sonriente a cámara.
La segunda foto era un selfie de otra chica, más joven, parecía feliz. El caso es que su cara me resultaba familiar. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
En la tercera había una niña sonriendo a cámara. La conocía. Había visto su cara en las noticias 3 meses atrás. Se llamaba Paula, la habían encontrado muerta en las vías del tren. Me acuerdo perfectamente porque tenía la misma edad que Adriana. La ropa con la que aparecía en la foto era la misma con la que se la encontró.
Entonces recordé quien era la segunda chica. También la había visto en las noticias. Llevaba desaparecida 5 meses y la familia seguía buscándola.
No tuve fuerzas para seguir mirando el resto de fotografías. Todas ellas mostraban víctimas de asesinatos momentos antes de que les ocurriera nada. Y ya conocía las últimas dos fotos.
En ese momento la luz roja se apagó y noté una respiración en mi cuello. Ya no estaba sola en aquel cuarto. Y solo podía pensar en Adriana.