El viaje de mi novia había terminado. Estuve feliz porque ella había pasado una semana maravillosa en Bariloche. Sin embargo, ese momento de regocijo y felicidad resultó ser tan efímero como cada copo de nieve que sintió caer sobre su piel. Nunca imaginé que, a su regreso, se escondía una vorágine de elocuente ignorancia, tal vez, el horror que se esconde en ese oscurantismo es la violencia que trae tantos problemas en el mundo. En casa de mi madre, un extraño llamado de su padre me produjo gran escozor y malestar. Su voz, entre susurros me confesaba algo que lejos de no poder creer, me resultó difícil de advertir: Mi esposa me es infiel. Me engaña con un compañero de trabajo que practica reiki. Está en una secta y hacen rituales de magia negra. Le partí un palo de amasar en la cabeza y me escapé. Creo que el tipo vive, pero, que le di duro, le di duro. Mi suegro reía, mientras contaba su hazaña. En mi caso, me resultó preocupante, ya que no pude evitar, asociar esa historia con lo que yo había vivido años atrás con la maestra reiki. La confusión no debía obnubilar mis creencias. La imagen que se venía a mi mente era la de mi cuerpo tendido sobre una camilla, en una habitación ambientada con música suave, aromas relajantes, piedras sobre mi cuerpo adolescente, mi short de jeans sujetado por un cinturón y mi torso desnudo. La mujer, de unos cuarenta y tantos años, muy atractiva, aflojó el cinto y me dijo que lo hacía porque el metal interfería en la transmisión y canalización de CHO KU REI, y que podía afectar mi SEI HEI KI. Luego la mujer me besó y nada más pude recordar, sólo tenebrosas imágenes que iban destruyendo todo a su paso. Lloré con mis ojos cerrados y mi cuerpo inmóvil, mientras la mujer me vampirizaba. Desperté de ese recuerdo. Ya en la estación de ómnibus, familiares se encontraban esperando a Elisabeth, menos mi suegro. Todos comentaban lo que había hecho, la denuncia y el pedido de captura por orden judicial. La maestra reiki era líder de una secta, eso dijo el viejo, y el hombre era sacerdote en las misas negras. Lo imagino en mis delirios o veo a esas personas con batas oscuras y antorchas durante la noche, entonando cánticos blasfemos a shaitán. Elisabeth descendió del ómnibus y saludó a todos. A su regreso, nos contó con alegría todo lo que había hecho. En su casa reinaba el silencio. Apareció su padre. Le contó lo sucedido. Elisabeth comenzó a correr, gritar y llorar. Se dirigió hacia el puente del río que se encontraba a cinco cuadras. Se aferró a las columnas del acueducto como para saltar. Me arrojé sobre ella y logré evitarlo. La abracé, mientras ella lloraba desconsoladamente. Sonreí. Nadie puede alcanzar el SHINPIDEN mientras las personas no aprendan a canalizar el KI con el propósito de elevar sus estados de consciencia.
FIN