Trataré de resumirlo. Sea paciente. Estoy muy dolorido, algo confundido y me duele un poco la cabeza.
La primera vez no dije nada. La estuve observando mientras dormía: el ceño fruncido, sus labios articulando palabras ininteligibles, sus brazos inquietos; una pesadilla pensé. Sin embargo, no creo que los sueños tengan ese tipo de consecuencias.
Preparé café. Mientras revisaba el correo, ella apareció con una sonrisa forzada. Tuvo que haberse limpiado la sangre de la cara y el cuello. No dijo nada y yo no me atreví a preguntar porque no quería estropearlo todo.
Me refiero a que habíamos vuelto a vivir juntos.
Desayunamos y nos despedimos hasta la noche. No era un día más de trabajo, era la víspera de nuestras vacaciones. La primera vez que salíamos de vacaciones juntos. Estaba ilusionado.
Ese día nos fuimos a la cama temprano. Habíamos alquilado una cabaña en Llanes, puede verificarlo, y nos esperaba un largo viaje. En la madrugada vi los mismos síntomas. Pensé despertarla.
Ya le dije, no quería estropearlo todo, de nuevo.
Esa es otra historia.
Esta vez había dejado la persiana abierta para poder observarla mejor. Era sangre, sin duda, y venía de su oído.
Investigaba ese tipo de sangrados en Internet cuando apareció en la sala. Me dijo que dejara la computadora, que moviera el esqueleto que se nos hacía tarde.
Le pregunté cómo se sentía. Me dijo que todo estaba bien. Que había tenido una pesadilla y todavía le dolía un poco la cabeza.
Le pregunté por la pesadilla y, como es habitual ella no me contestó.
A pesar de su malestar insistió y condujo hasta Valladolid. Me contó lo que recordaba de su pesadilla: alguien tiraba de una cuerda como si deshiciera un suéter. El suéter era su cuerpo.
Después de comer yo tomé el volante. Le aseguro oficial que no bebí nada de alcohol.
Al pasar por Palencia se durmió profundamente. Sacudía la cabeza y decía cosas que no pude entender.
A los pocos minutos, su oído comenzó a sangrar. No le voy a decir que me alegré, pero era la oportunidad de que se sincerara conmigo. No podía, simplemente, escabullirse al baño y limpiarse la sangre, como lo había hecho hasta ahora. Debía decirme la verdad. Debía decirme qué le pasaba para que le sangraran los oídos y por qué no lo había compartido conmigo. Es la base de toda relación, ¿no? Confiar el uno en el otro, digo.
Supongo que sí, que ella confiaba en mí tanto como yo en ella. ¿Cómo se le ocurre que voy a hacer algo así? ¿Y dónde está ese objeto que usted dice si estaba inconsciente cuando nos encontraron?
No puedo darle más detalles. Era como una serpiente, pero no era una serpiente. No lo sé, fue solo un instante. Era del color de la piel, de su piel. Cuando salió de su oído me asusté y perdí el control del volante.
Perdóneme, ya no puedo recordar nada más, me duele mucho la cabeza.