La licuadora
Temen a la licuadora. Por eso permanecen refugiados dentro de la austera habitación, la que han
ocupado después de tantos días. Las descalzas plantas de los pies deambulan sobre el herrumbroso
suelo; por la noche sacan las cabezas del refugio, irresolutas, dentro de la lúgubre atmósfera
propiciada por el cuartucho. A través del resquicio en la puerta observan la perversa licuadora:
reposa iluminada por quién sabe qué extraño astro en las alturas. Es cruel, maligna...
―¿Si la desconectáramos?―inquieren.
Pero la licuadora ha estado desajustada desde siempre. El vertiginoso girar de las
navajas anuncia el volver a reanimarse; su cruento chirriar es presagio de haber cobrado otra
víctima: a la madrugada, tras despertarlos... A la mañana quizá el ingenuo empleado postal ha
atravesado la puerta y ante la desolación se condujo rumbo a la cocina en busca de preparar un
bodrio. El grito desgarrador termina aunándose a los oídos. La licuadora vierte su bazofia sobre la
base, luego de incitar al hombre a introducir los dedos... O tal vez ha sido la incauta vecina
pretendiendo solicitar algún nuevo favor... La licuadora se desparrama, vierte su emulsión
bermeja.
A la noche, miran los dedos cercenados de la mujer, tratan de reconfortarlos. Ha sido en
un descuido cuando la licuadora los mutiló. Allende sólo permanecen las prendas desgarradas, los
postreros destrozos, la mezcla desparramada...
De día el olor a orines y desechos se agolpa con las exhalaciones. De pronto han notado
la ausencia de la criatura; ésta ha corrido en un jugueteo inocente. Ha abandonado el refugio. Sin darse cuenta, se ha acercado demasiado a las tinieblas, ¡a la licuadora! Al tenerlo cerca, lo
aterroriza; el infernal aparato lo avizora desde las alturas. La criatura se amedrenta, vuelve pronto.
Llega a punto del llanto; ellos le increpan:
— No vuelvas a acercarte a la licuadora, ella es mala..., ¡ahí dentro tiene al diablo!…
Y voltean a verla: la licuadora se ha vuelto más perversa. El pequeño ha tenido suerte de
no haber sido descuartizado por la licuadora...
De noche, el hombre mira desde el refugio, oculto. “La diabólica” se mantiene entre
penumbras, llena de inmundicia. De día volverá a resplandecer, incólume. A priori revolvía
raudamente sus cuchillas con la intención de preparar algún verde concentrado. Mirándola
fijamente, luego de posar los ojos, incitaba a mantenerse impasible..., a acercar la mano. Al
introducir los dedos el súbito escozor y el dolor acompañaban el destrozar de la carne, hasta los
huesos.
Ellos se sienten dentro de la licuadora. Antes ya habían pensado en destrozarla; Nicanor
se hizo del mazo. Tras rechinar la puerta, salió, sigiloso. No volvió jamás... A los pies reposa la
inútil herramienta, el martillo...
El accionar del aparato despierta al niño. Voltea en derredor: ¡ha sido abandonado! Se
encuentra solo. La licuadora ha engullido uno a uno. Relumbra con los destellos de este nuevo día,
esplendente... Solloza la criatura. Anegado de pavor, toma el martillo, se pone en pie. La licuadora
hace por volver a revolver sus cruentas cuchillas.