La vida en el circo es solitaria aunque paradójicamente siempre haya gente alrededor. Todos van de acá para allá, ensimismados, pensando en el más difícil todavía sin perder tiempo en conversar. En realidad, nadie conoce a nadie. De Tim se sabe que es un superviviente enfundado en su ermitaña timidez hasta que sale a la pista. Dos pases diarios.
El payaso busca mascota para relación estable. De pequeño tamaño. Rata, babosa, cucaracha. Mariposa, oruga, culebra. Murciélago, araña, medusa. Al final se decide por la tarántula por su tacto suave y por el micromasaje que las patas le hacen sobre la piel.
Blanche se adapta pronto al desorden de la caravana. Abandona su terrario y camina audaz entre los platos sucios del fregadero o sale de los zapatones rojos para encaramarse a la cama. Le ha puesto el nombre de su madre. La misma que lo dejó a su suerte en la jaula del oso. La recuerda todos los días. Antes de empezar la función besa sus amuletos, se blanquea la cara, estira una falsa sonrisa de dientes amarillos hasta las orejas y pinta dos puñaladas negras que le atraviesan los ojos. Narizota, peluca naranja, calzones y frac con floripondio en la solapa, completan la transformación.
Ha sonado el aviso. Es tiempo de actuar.
Sale hacia la carpa sorteando el barro que ha dejado la lluvia la noche anterior. Se desata una carcajada general cuando aparece bajo los focos resbalando exageradamente al son de una tarantela napolitana. Los músicos lo acompañan con un redoble. Hace ademán de limpiarse las briznas de paja adheridas a su traje y de sonarse los mocos con estruendo en enorme pañuelo que saca del bolsillo. Luego acerca la flor-ducha al niño de la primera fila para que perciba su aroma ficticio. Y ahí está Blanche, como una espeluznante y velluda margarita, erguida para la picadura, exponiendo sus colmillos y frotando sus patas que silban antes de atacar. En ese momento Tim hace una pirueta y la coloca bajo la nariz de la madre. Luego aprieta la perilla con fuerza. El grito se escucha en toda la sala y el público ríe y aplaude entusiasmado. Él tampoco deja nunca de sonreír. “¿Qué tal, mamá?”.