La colina enmudeció. El susurro del viento, el aleteo de los murciélagos. La temperatura descendió diez grados. A excepción de Ismael Sellers, el enloquecido pastor, ningún ser vivo podía efectuar un solo movimiento. Óscar Pizana, magullado, de pie inmóvil, distinguió una leve bruma.
Tiempo atrás, un joven agricultor trepó el tronco de un haya y se encaramó a una de sus ramas. De su hombro colgaba enrollada una tosca cuerda de cáñamo. El árbol había sido testigo del amor que él y su prometida se profesaban. Cuando el sol comenzó a ocultarse por el horizonte ató un cabo de la cuerda alrededor de la rama. Empapado en sudor, ajustó la soga a su cuello y saltó. Al anochecer, su padre corrió a la colina, seccionó las hebras de la cuerda con su cuchillo y recogió en sus brazos el cuerpo sin vida de su hijo. Enterró el cadáver allí mismo. A partir de entonces, ese recodo del bosque envejeció. Los árboles ensombrecieron y retorcieron sus extremidades, grises, huesudas. Quien las contemplaba sentía pavor, helaba su sangre y sus músculos entumecían. Esa planicie en lo alto de la colina quedó maldita. Juan Pizana “el Ahorcado” allí reposa.
Al principio, a Óscar Pizana le parecieron unos inofensivos jirones de niebla. Habían emergido detrás del pastor. Pero la bruma se desplazaba. Levitaba sobre la tierra y se acercaba cada vez más a Ismael Sellers.
—He sido investido con la misión de recobrar almas de este mundo —había dicho el pastor segundos antes mientras blandía una estaca de madera—. Me he convertido en heraldo del diablo en estas tierras. Primero, el necio sacerdote, sus cuatro miembros, sus vísceras. ¡Y ahora tú, muchacho!
La neblina tomó forma y se condensó en una figura humana. Sus rasgos se detallaron al cabo de unos segundos. Juan Pizana “el Ahorcado” surgió por la espalda del pastor y se detuvo a su costado. El pastor quedó petrificado al contemplar tan cerca de su rostro la visión de un ser de ultratumba.
—El poder de las tinieblas guía mis acciones y protege mis actos —balbuceó el pastor—. La sangre del chico revitalizará a mi Señor…
“El Ahorcado” aferró el antebrazo del pastor con una mano vaporosa y translúcida, cuyo primer contacto, gélido, le transmitió un escalofrío por todo su cuerpo. Al instante, un calor infernal abrasaba su piel. Ismael Sellers lanzó un grito de dolor, de pánico. Trató de zafarse, pero el espectro arrastraba al pastor en dirección a su propia tumba. El fantasma del antepasado de Óscar Pizana desaparecía mientras hundía su silueta en el interior de la tierra. Ismael Sellers, atenazado, entre alaridos y súplicas, penetraba en las profundidades, devorado por unas sobrenaturales arenas movedizas. El atroz y perturbado pastor se desvaneció.
Mientras la colina recobraba la vida y los ruidos del bosque retornaban, Óscar Pizana frotaba su mentón dolorido al tiempo que retrocedía con pasos torpes. Comenzó a descender la cima. Escuchaba voces ladera abajo. Distinguía luz de antorchas en la espesura.