Cuantas veces me llamaron del colegio para darme quejas de ti, y siempre por lo mismo, pegabas, participabas en peleas, contestabas y replicabas. La mayoría de las veces por defender a alguien o cualquier causa perdida. Es una “abogada de pleitos pobres” decían imbuidos de su propia razón e importancia los profesores, afirmando sin quererlo, que ni los pobres ni sus causas merecen la pena ser defendidos.
Nunca me lo confesé a mí misma, pero en el fondo, me gustaba oírlo. Una parte de mí estaba de tu parte. De algún rincón de mis entrañas surgía un cálido orgullo y una alegría irracional que sofocaba rápidamente con sentimientos de culpabilidad. Pero ahora lo veo claro, siempre te has ocupado de hacer lo que los demás evitamos por miedo. Miedo a las consecuencias, al qué dirán, a arriesgarnos aunque sea por algo justo.
El remordimiento acallaba ese orgullo alegre que brotaba al margen de mi razón y seguidamente, me invadía el miedo, mucho miedo por ti y por lo que pudiera pasarte. Deseaba con todo mi corazón que no te metieras en líos, que te atuvieses a lo marcado y que fueras como somos la inmensa mayoría, calculadores y cobardes.
“Es injusto”, es tu expresión preferida. En las películas siempre te saca de quicio la paciencia de los buenos para con los malos y que tarden tanto en darse cuenta de las trampas que les tienden. Siempre quieres cambiar el guión, hacer que reaccionen, que los malvados tengan su merecido y los buenos dejen de ser tan inocentes o tan tontos.
Te pegaron, te castigaron y te dieron de lado por esa necesidad tuya de ejercer de justiciera. ¿Qué hay detrás de esta necesidad, qué ganas y qué quieres demostrar con ello? ¿Qué hilos ocultos mueven tus actos. ¿Necesitas ser una heroína? ¿Por qué te arriesgas una y otra vez exponiéndote a ti misma?
Deja que los demás resolvamos nuestros asuntos ¿por qué tienes que hacerlo tú? Cada uno es responsable de sus actos y debe salir por sí mismo de donde se ha metido. Tienes bastante con tu propia vida. Para ya de sentirte responsable de los demás y sálvate a ti misma.
-Mamá, no es momento para reflexiones. Si de verdad quieres que me salve échame una mano. Estaba terriblemente gordo y pesa demasiado. Tenemos mucho trabajo por delante. Hay que descuartizarlo, empaquetar las partes al vacío y distribuirlas por todos los contenedores del barrio antes de que pase el camión de la basura. Luego, limpiar muy a fondo la sangre. Tenemos que ser muy cuidadosas si queremos evitar despertar cualquier sospecha.
-Tienes razón cariño. Ya tendré, a partir de ahora, tiempo, libertad y respeto por mí misma para reflexionar y hacer lo que quiera. Aunque siento culpabilidad y un terrible miedo por lo que pueda pasarte, este sentimiento de orgullo y alegría que siempre reprimo cuando ejerces de justiciera, vuelve a invadirme de nuevo y esta vez, no lo voy a apagar.