El hombre, que parecía ser un monitor, con ropa negra y zapatillas de deporte, alzó la mano y, flexionando los dedos, dijo:
‒Los seis siguientes podéis entrar.
Conté las cabezas que me precedían en la fila: cinco, y experimenté una sensación de alivio; llevaba mucho tiempo buscando escapar. La sala adonde nos hizo pasar era amplia, pero estaba poco iluminada, paredes y suelo, enmoquetados de gris. Mientras escuchaba las instrucciones del juego, observé con detenimiento a mis oponentes: dos chicas, tres chicos, con el mismo aspecto común que había adoptado yo. Nada, a simple vista, que pueda revelar lo que somos. Uno de ellos, alto y delgado, que respondía al nombre de Palo, se echó la mano a la espalda para rascarse en el punto donde tenemos la cicatriz. Reprimí el impulso de imitarle. Los cinco parecían resistentes. ¿Sería difícil vencerles? Esperaba que ninguno de ellos fuese rival para mí.
En cuanto nos dejaron solos, el tiempo empezó a correr. Sesenta minutos para superar cinco pruebas. Sesenta minutos para sobrevivir a los demás. Sesenta minutos para encontrar la entrada a ese mundo del que me habían expulsado una vez, y al que llamaba hogar.
Uno tras otro, los miembros del equipo fueron eliminados en la competición: el primero se perdió para siempre entre las sombras de los manglares Rem; otro, en el abismo de la Montaña Blanca; despedazado por lobos, el siguiente; al cuarto lo asfixiaron tierras movedizas en los páramos del Sur. Para cuando alcanzamos la quinta sala, tan solo quedábamos vivos Palo y yo. Miré alrededor. En una caverna, había una laguna de aguas oscuras, y un bote en la orilla. Buscábamos la puerta, que estaba al otro lado. Debíamos navegar hasta allí. Palo saltó a la cubierta y se dirigió hacia la popa, donde se hallaba el timón.
‒Manejo yo ‒dijo.
No le disputé el mando, aunque era más robusto que él. Nos miramos en silencio, con el mismo pensamiento en la mente: solo habría un ganador. Más tarde, al llegar al centro del lago, la pala del timón se bloqueó con algo. Seguramente, con cieno del fondo, o con vegetación. Bajando un instante la guardia, Palo se asomó por la borda para mirar. “Sería estúpido”, pensé, “no abalanzarse ahora sobre él”. Luchamos con saña para acabar con el otro. Su fuerza me sorprendió. Me agarró por el cuello y sumergió mi cabeza en el agua hasta que dejé de respirar. Era angustioso morir.
Luego me vi flotando eternamente sobre la laguna, y a Palo, de pie, en la orilla opuesta, triunfante ante las puertas del infierno, aguardando a que se abrieran para él. Le vi pasar la mano por el acero, alzar un puño para llamar. Vi cómo se deslizaban las hojas y, el suelo de brasas, y gris de ceniza, que había más allá. Vislumbré sombras aladas a lo lejos. Mis hermanos. Entonces, al franquear el umbral, alas negras brotaron de nuevo en la espalda de Palo, justo donde tenía la cicatriz.