Yo que estoy acostumbrado a tomarme la sopa fría, yo que sigo buscando esos ojos que no están dispuestos a mirarme, yo que sentí morir el amor y que a pesar de todo eso nunca tuve miedo, ahora siento como mis piernas se paralizan y mis manos dejan de responderme. Un frío húmedo me sube por la nuca e impide que pueda pensar. Sólo siento como mis orejas vierten humo y mis ojos colgantes se acercan al suelo. Esa espada sigue clavada con firmeza en mi pecho y no tengo la fuerza ni el valor para tocarla. Ahora, ella entra en la habitación y se ríe, me mira una y otra vez y se ríe. Eso es lo que me gusta de ella, cualquiera en su lugar se hubiera desmallado al ver mis cuencas vaciándose, mis oídos ardiendo y mi pecho en erupción, pero ella no, ella se divierte al sentir mi dolor, me escupe en la cara y me susurra “he vuelto a ganar”. Mi única esperanza es recurrir al héroe que vive encerrado en el espejo, sólo el sabe como convertir estas heridas mortales en simples anécdotas, y lo que es más importante, sólo el sabe como detenerla a ella. Todo parece tan fácil como gritar hacia el cristal que cuelga de la pared a 30 cm de mi; sin embargo, en esta ocasión mi voz no responde. Ella sigue sin dejar de reír, pues sus ojos, que cuelgan de mi cara, le hacen ver que el momento de su victoria definitiva ha llegado. En lo que a mi respecta, lo que antes era una mezcla de sangre y sudor, se ha convertido en un cóctel salado por el aliño de las lágrimas y oloroso por la cerveza que mi uretra indefensa ha dejado escapar. Después de la larga tortura, del dolor indescriptible y de las burlas de ella, parece que por fin voy a dejar de respirar, mis ojos despegados se cierran y mi cuerpo entero toca ya el suelo. Me siento feliz porque creo que al fin he muerto, sin embargo, mis ojos vuelven a abrirse de repente y yo me quedo sin palabras, pues todo ha cambiado, mi cuerpo ya no sufre ningún daño y ni ella ni el espejo donde habitaba el héroe siguen en la habitación. Aún intentando recuperarme de mi asombro percibo la imagen de una niña que sobre su cuello viste la cara de mi madre, se me acerca, sonríe y me dice con delicadeza: “Ella ya se ha ido”. Ahora hurgo en mi bolsillo y encuentro una nota cuidadosamente doblada, la abro y leo: “Recuerda, tú eres el héroe, el mundo es el espejo y ella se llama.... ESQUIZOFRENIA”