En pocas ocasiones se nombraba al tío abuelo Gustave sin decir que era un viejo loco excéntrico que
traería la ruina a nuestra familia. Sin embargo a mí siempre me había parecido un buen hombre pues ya
desde pequeño me trataba con delicadeza y amabilidad. Mi familia siempre había sido conocida por la
especulación pero Gustave no hizo su fortuna así si no pintando y eso siempre lo diferenció del resto
que por envidia o ignorancia lo rechazaron. Los años pasaban y Gustave se fue cerrando más a la
familia, tal vez por las humillaciones que se le hacían en cada reunión.
La sorpresa fue grande cuando al fallecer me dejó su gran mansión y tierras, aquellas que hacía años
que no pisaba. Decidí entonces ir a revisar su estado. El trayecto fue largo pero al fina llegamos y
entramos por una enorme verja negra hasta llegar al portón. Llamé y el sonido retumbó por toda la casa.
La puerta se abrió y le vi, era Arnold, el mayordomo que lo había acompañado desde que recuerdo me
guió al gran salón y me ofreció sus servicios. Mi tío y él siempre fueron buenos amigos, aunque Arnold
no quisiera utilizar ésa palabra ya que era 'poco profesional' pero en el fondo todos sabíamos que le
hacía muy feliz que así lo viera.
Caminamos por toda la casa, pasando por la biblioteca donde muchas veces descubría a mi tío con sus
gafas de leer y me contaba historias de grandes viajes. También pudimos ver el invernadero que casi
parecía una selva salvaje sin control humano.
Pero la visita terminó en la habitación del tío, iluminado por unas velas que alumbraban lo mínimo,
haciéndome recordar así su partida. Me acurruqué en la cama con su diario entre las manos y me
dispuse a leer la envejecida escritura del tío. Entre tanta palabrería leí que en ésa misma habitación
había un pasadizo secreto y en ése mismo instante un retrato del abuelo se dio la vuelta.Por un
momento me pareció verle y aunque fuera imposible decidí que lo mejor sería seguirlo. Tomé un
candelabro y me metí por el cuadro, que estaba algo alto y era pequeño, así que no fue especialmente
sencillo. Seguimos por un pasillo hasta que paró en seco en frente de un bulto. Me acerqué con el
candelabro y vi que no era cualquier cosa, si no el cuerpo inerte de Gustave.
Desperté atónito por lo ocurrido pero comprendí que sólo era una pesadilla. Había amanecido, debí
haber dormido toda la noche. Salí para tomar el aire al jardín y al fondo vi unas cuantas tumbas, a modo
de cementerio familiar. Las más cercanas eran las de sus abuelos, finalizando con las de Manchas y
Olivia, los gatos de Gustave y a su lado la suya misma. Leí el nombre compungido y me acerqué para
darle mis respetos. La sorpresa fue grande cuando me encontré un vacío donde debería estar
enterrado.