Salió del restaurante con la sonrisa desdibujada, la mirada perdida y las manos ensangrentadas. Habían pasado sólo dos horas, pero, para Luci, el tiempo se había detenido; en su mente, un vacío eterno se había instalado. Nunca debía haber probado el primer bocado; se maldecía incluso por haberse sentado en aquella silla de color ocre. Ahora, su vida nunca sería la misma, su destino había quedado sellado.
Todo empezó un viernes cualquiera, en la inauguración del nuevo restaurante de Utalis: El plato solitario. En aquel pueblo aislado, la cocina era vista como una mera necesidad, pero nadie osaba disfrutar de ella; la creatividad estaba penada. No obstante, ella era una apasionada de la cocina: a escondidas, cuando todos dormían y el silencio aparecía, encendia los fogones, y su imaginación volaba. Si alguien hubiese descubierto el recetario donde guardaba la diversidad de platos que había inventado, cocinado y disfrutado, probablemente ya hubiesen quemado hasta la última hoja. Pero Luci había conseguido mantener a salvo su secreto durante 15 años. 15 años en los que había tenido que pedalear horas y horas hasta Miron, el único restaurante de toda la provincia, en el que su pasión cobraba vida y su sonrisa resplandecía. Por suerte, ahora ya no tenía que fingir; el alcalde en persona había levantado la prohibición y, pocos meses después, se había anunciado la apertura de un nuevo restaurante.
A pesar de lo ocurrido, los vecinos tardaron meses en aparecer por allí; cuando se acercaban, lo hacían temerosos de ser vistos o juzgados, y tras observar la fachada con curiosidad, pasaban de largo, con la ilusión desmenuzada, pero la dignidad intacta.
Luci era la única que se había atrevido a subir los dos peldaños que conducían a la entrada y cruzar la pequeña puerta de madera, con la sonrisa de quien atrapa un sueño.
—Buenas tardes, ¿puedo ayudarle, damisela?
El señor que se dirigía a ella tras el mostrador le parecía educado, pero había algo en él que le incomodaba, que le ponía nerviosa.
—Mmm…estoy buscando ideas para mi recetario.
El hombre, tras unos segundos de silencio y mirada escrutadora, soltó una gran carcajada.
—Ya veo, ya veo… Sígame.
La pequeña Luci dudó unos instantes, pero decidió que no tenía nada que perder, ya que había hecho el camino hasta allí. Tras abrir una puerta de sonido chirriante, llegaron a una sala minúscula y oscura, con una única mesa en el centro.
—Puede sentarse aquí. —la muchacha, a pesar de su confusión, sentía una intriga inexplicable, que la llevó a tomar asiento.
El viejo camarero desapareció, cerrando la puerta tras él.
Luci empezó a leer la carta, y una ola de miedo comenzó a invadirle: sesos de niño rebozados, hígado de niño encebollado, manitas de niño en salsa…
Sin embargo, una fuerza oculta le impedía levantarse; estaba horrorizada, pero, cuando llegó el hombre con un cuchillo reluciente y un niño tembloroso y encogido sobre un plato, no dudó en levantarse, coger el cubierto y empezar a preparar su almuerzo.