La tarde estaba apacible. Hacía mucho que Eva no se sentía tan a gusto. Ya tocaba un buen día en Madrid, de esos completitos; primero expo de las buenas en el museo. Después, la comida en un bonito restaurante en la calle Prado y ahora, la copa en el sitio de moda. Mientras conversaban, Eva acariciaba distraídamente el fulard que Alan le había comprado en el museo. Era de cachemir y reproducía una obra de Vincent. Precioso. Tenían que repetir estas escapaditas más a menudo. Estas que restauran alma y cuerpo a la par. Casi agotado el segundo gin tónic preguntó por el aseo. Vaya, esta vez no estaba “al fondo a la derecha” como todos; había que bajar unas empinadas escaleras y atravesar un ampio salón y seguir por un pasillo. -Como para unas prisas-, pensó. Al fin vio dos puertas y en una de ellas ponía “Eva”, -Mira, ni hecho para mí-, se dijo. Entró con premura y, cuando estaba a la mitad del proceso se apagó la luz. Cómo odiaba eso. Que un maldito temporizador calcule por una. Movió los brazos como una tonta para activar el sensor, pero nada. A tientas buscó el rollo de papel pero no dio con él y se tuvo que apañar con un kleenex que llevaba en el bolsillo hecho un gurruño. Una vez subidos los pantalones fue a salir pero...bueno, la verdad es que no sabía muy bien la ubicación. ¿Por dónde había entrado?, ¿dónde estaba la puerta?. Negritud absoluta. Ni un reflejo, ni una filtración...nada. Empezó a agobiarse desplazándose en la oscuridad como un ciego, con los brazos extendidos. Maldita sea, se había dejado el móvil arriba y no podía llamar a Alan ni encender su linterna. Y con las prisas y lo amplio del recinto, no se situaba. No podía recordar la distribución de ese espacio. Si al menos viniera alguien... -¿Holaaa?, ¿alguien me oyeee? Fue en vano. Por fin tocó una superficie fría y lisa y, deslizando su mano por ella fue avanzando lentamente No había nada; ni lavabo, ni interruptores, ni puerta...aquello parecía no tener fín. -¿Y ese olor?, ¿de dónde salía? Su crispación empezaba a emerger del fondo de su alma. Se apoyó en el mármol y se sentó en el suelo metiendo la cabeza entre sus brazos. Lágrimas bañaban el rostro y un sudor frío le pegaba la ropa al cuerpo. Arriba, Alan que estaba ojeando el catálogo del museo miró su reloj y luego hacia las escaleras. ¿Cuanto tiempo llevaba Eva en el aseo? Bajó y vio dos puertas. Una decorada con una foto de Dalí y la otra con el rostro de Gala. LLamó en esta última. -¿¿Eva??, ¿¿estás ahí??. Pero no hubo respuesta. Y abrió la puerta. La luz se encendió en el acto. Miró a su alrededor desolado. Ya se iba a marchar cuando vio algo en el suelo. Era el fulard que le había comprado a Eva horas antes.