Susana despertó en mitad de la noche cuando un escalofrío recorrió su nuca, la mujer se volvió pero a su espalda no había más que la oscuridad del lugar iluminado por la tenue luz de la pantalla de la tele. Podría haber sido tan solo una corriente de aire, nada de lo que preocuparse si no fuese porque al rato el parquet del pasillo crujió como si allí hubiese alguien. Fue el momento en el que la joven decidió levantarse, poniendo rumbo a la puerta.
El pasillo permanecía a oscuras, y pese a no ser excesivamente largo nada se distinguía al final del mismo en la puerta que llevaba a la calle. El intento por encender la luz fue inútil, ya que por más veces que pulsase el interruptor, el lugar permanecía a oscuras. Algo que no era tranquilizador, sobre todo cuando miraba a esa oscuridad, sintiendo como si alguien o algo la observase. Entonces Susana comenzó a avanzar, haciendo que cada pisada fuese como una losa, clavando cada pie al suelo en cada movimiento hacia la oscuridad. Por momentos pensó en volver a la habitación por su teléfono móvil para iluminar aquello, pero por algún motivo, su mente pensó que si daba la espalda a esa oscuridad no habría tiempo de nada.
El corazón parecía a punto de salirse del pecho conforme se acercaba. Pero de pronto uno de sus pies emitió el mismo crujido que instantes antes había escuchado. Fue entonces cuando todo pareció detenerse y una especie de sollozo salió por los labios de Susana. La mirada fija al frente, donde los ojos parecían poco a poco acostumbrase a la oscuridad donde podía discernir la puerta de salida. Pero al igual que la puerta fue tomando forma ante ella, también lo hizo una silueta situada a su lado. Algo enorme estaba inmóvil a muy poca distancia y quiso gritar, pero de algún modo fue incapaz de proferir sonido alguno.
Fue en ese momento, cuando aquella alimaña se abalanzo sobre ella, como otras muchas noches, golpeándola y tratándola con inferioridad y haciendo que por momentos le diese la sensación de que de nuevo se le rompían las costillas. Poco a poco Susana se arrastró hacia la cocina, sin habla, sin defensa, mientras que aquel ser no paraba de golpearla. Sus ojos entrecerrados por el dolor pudieron distinguir el brillo de un objeto, un salvavidas, una esperanza de acabar con todo aquello.
Tan pronto como la bestia se preparaba para otra acometida, las manos de Susana lanzaron aquel cuchillo al pecho del atacante, derramando un reguero rojo sobre las baldosas blancas de las paredes y el suelo. Y fue justo en ese instante, cuando Susana al fin gritó y lloró, liberó toda su rabia contenida y el dolor, a la vez que aquel hombre, por llamarlo de alguna manera, caía al suelo. El sufrimiento de tantos años terminaba en ese instante, su mayor terror había muerto, se llamaba John, y era su marido.