Una vez más Azul volvió a sentir esa angustia, un dolor en el pecho que se extendía hasta su cabeza y no la dejaba dormir en paz. En su subconsciente se asomaban imágenes que le causaban rabia, impotencia, tristeza sobretodo. Cuando entraban, se quedaban arraigadas a su mente en un bucle de malestar continuo. Esto sucedía noche tras noche desde hacía un tiempo. Antes de que la embriagase esta tristeza ni siquiera se llamaba Azul, tenía otro nombre, además de un rostro distinto al que veía ahora cada mañana en el espejo. Fue un proceso repentino e inesperado. Simplemente se despertó un día y era Azul. Sin previo aviso ni explicaciones que valiesen.
Otra vez más el llanto se apoderó de ella. La razón, muchas, quizás la melancolía una de ellas. A veces, cuando uno siente un dolor tan profundo incluso se olvida de la verdadera causa del mismo, quedando tan solo una profunda sensación de desasosiego. Sí, en este preciso instante Azul no llora solo por su tristeza, sino también por la que ve en todas partes. Piensa en el mundo en que ha nacido y solo capta su más profunda miseria.
“¿De qué me sirve perseguir el bien? Si de nada me sirve, si tampoco puedo cambiar nada ¿por qué buscarlo?” Ha chocado de lleno con el principal dilema universal, el cómo existir en este mundo.
Pero esta vez no puede ser. Esta noche no va a dejarse vencer por la melancolía. Va a abrir los ojos, encender la luz y enfrentarse a la realidad que tanto ha aprendido a odiar. O por lo menos eso es lo que pretende en esos instantes.
Justo en ese momento se escucha un profundo estrépito en la habitación. Azul no sabe qué hacer, las sábanas mojadas le rozan su cuerpo. En un momento la tristeza ha sido sustituida por el miedo. “¿Qué habrá sido ese estruendo?”, piensa mientras rondan por su cabeza las más inverosímiles teorías. Poco a poco, consigue armarse de valor y sacar su cabeza fuera de las sábanas. No consigue atisbar nada hasta que de repente lo ve. Una figura espectral la observa desde la puerta de su cuarto. El miedo la paraliza. De entre las sombras solo consigue distinguir lo que parece una criatura que en vez de cabeza, cuenta con un cráneo roído de cabra. En vez de manos, tiene dedos alargados y deformes, sin una base visible.
Entre sus dedos, aquel ser de aspecto demoniaco porta las dos flores más hermosas que jamás ha visto Azul, una pomposa rosa negra y una simple pero refulgente margarita. “Elige la que más ansíe tu triste corazón” le dice la criatura.
Y en ese instante, Azul se da cuenta perfectamente de cuál es la calmará por fin su atormentada mente.