IMPORTANTE: es requisito imprescindible que los cortos estén inspirados en uno de los 10 primeros relatos finalistas de la V Edición del concurso de relatos de Lamucca “Historias de Pasión” que puedes leer a continuación:
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RELATOS FINALISTAS
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1. PENTECOSTÉS
Luis San José
Marcela llegó a nuestras vidas con un vestido estampado de primavera, unos labios de pecado y unas curvas de vértigo que quitaban el sentido. Hubo un síncope temporal en el pueblo, en la comarca, en todo el mundo, en nuestras vidas. Aquella mezcla inconsciente de pudor y provocación, aquel mirar desafiante y esquivo, aquel andar inocente y despótico dejaba una estela brillante de sensualidad por el suelo según andaba. Supe después que había venido huyendo de la gran ciudad, cansada de moscardones y, al igual que ocurriera con aquella otra Marcela de Cervantes, fueron muchos los que la siguieron y se instalaron también en el pueblo disfrazados de labriegos para llenar los árboles de corazones y suspiros, endechas y madrigales buscando sus favores. Sin embargo, Marcela, permanecía desdeñosa y distante para con todos, confinada en el caserón de los Pajares, una casa inmensa con tres pajares donde le gustaba refugiarse para disfrutar de su soledad y lozanía haciendo de las suyas.
Las cuatro gallinas iniciales se convirtieron en cincuenta. Cincuenta gallinas que le dieron suficientes huevos para adquirir dos ovejas, su lana para conseguir dos marranos y los marranos para una hermosa y lustrosa vaca, su Jacinta. Quiso entonces cubrirla para seguir engordando sus sueños de lechera y fue entonces cuando vino hasta mi casa, con su vara de mimbre, su camisa desabotonada, sus labios de fuego y su Jacinta. Yo tenía el mejor semental de la comarca y venían a mí de todos los pueblos de alrededor. Ella lo sabía, ella lo quería, y mi semental cumplió como nuestra imaginación hubiera soñado. Mi toro empezó a mugir agitando su enorme verga y se abalanzó sobre los lomos de Jacinta que parecía resistirse. Sorprendí a Marcela mirándome, aguijoneé a la vaca para enfilarla, ella paso la lengua por sus labios y me los ofreció húmedos y carnosos, tragó saliva, tragué saliva, sonreí, escondió su mirada, culeó Jacinta, aguijoneé sus ancas y, por fin, aquella enorme e interminable pica, se perdió dentro de Jacinta para descargar un torrente de esperma que rebosó con abundancia por sus cuartos traseros. Se apeó mi toro, lo arrastré por los hocicos hasta su cuadra, Marcela hizo lo propio y comenzó su camino de vuelta sin mediar palabra. Apenas había salido del corral, Jacinta volvió su enorme cabezota, enseñando sus ojos llenos de felicidad, esa felicidad infinita que puede caber en los ojos enormes y redondos de una vaca. Sus andares lentos, parsimoniosos, con el chapoteo rítmico de su vulva rebosando el alimento de los dioses, con el hisopo de su cola repartiendo los líquidos sobrantes que chorreaban por las nalgas y salpicaban el aire, la cara y el cuerpo de Marcela. Aquello fue su Pentecostés particular, una revelación que le hizo arrepentirse de su egoísmo y sus privaciones anteriores. Se detuvo, giró sobre sus pasos y se plantó delante de mí con su ojos de lumbre, se tumbó después sobre los fardos y, con sus labios húmedos y sedientos, me pidió cinco raciones de ambrosía.
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2. MESA PARA DOS
Rita Sweet
«Veinticinco años. Chica bisexual. Me gusta comer con las manos y chuparme los dedos. Ciega, pero llena de luz. Si has llegado hasta aquí, dame un like y nos vemos. Chistosa y con mucho sentido del amor».
Mi yo resumido en un puñado de palabras para ligar en la era de Internet. Tenía su gracia porque, hubiera apostado la vida a que, la mía, iba a ser la verdadera y única cita a ciegas de todos los que colgaban sus mejores fotos en aquella aplicación, en busca de sexo.
Quedamos en la playa. Al anochecer. Ella trajo una botella de tinto y yo la comida —era vegetariana—. El mar se encargó del punto justo de sal en nuestra piel. Le vendé los ojos para estar en igualdad de condiciones. Y allí estábamos, desnudas, con hambre que saciar y sin cubiertos. Olía a jazmín y llevaba la lluvia dentro. Aquel día era una tormenta.
Chupar. Oler. Besar. Lamer. Tocar. Y beber vino del hueco de su ombligo, tumbada sobre la arena, haciendo equilibrios para evitar que se derramara. Le dio la risa tonta y eso me puso más cachonda. De postre, mermelada sobre sus pezones.
Ella se quedó con hambre —me dijo—. Será por eso que se puso a mordisquearme todo el cuerpo, con la avidez de quien come carne por primera vez. Pecado y penitencia en un mismo bocado. Empezó por mi cuello. Yo apenas podía diferenciar el sonido de su respiración del murmullo del mar. Tenía la piel erizada y no hacía nada de frío. Lo juro. Mi sexo ardía.
Bajó despacio, sin que yo opusiera ninguna resistencia. Hay batallas que son para rendirse, si lo que deseas de verdad es ganarlas. Y aquella era una de ellas. Quería gritar de placer, pero me tapó la boca con la mano.
Jadeos. Silencios. Gemidos. Suspiros. Música para dos. Y vuelta a empezar, al ritmo de la percusión de los latidos de mi corazón, que tocaban una pieza de rock con su nombre. Entonces, caímos derrotadas sobre la arena y la marea nos mojó más de lo que ya estábamos.
Presente. Alicante. Vacaciones. Planes. Mañana. Madrid. Futuro. Una historia contada desde el principio sin necesidad de mirar atrás. Mesa para dos en Lamucca. Esta vez, vestidas y con cubiertos. Nos echamos unas risas recordando.
Y así fue como la conocí, por culpa de un puñado de palabras para ligar en la era de Internet.
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3. UN ORGASMO PAN-DÉMICO
Coincidencia
Un orgasmo pan-démico, me propusiste por instagram. Y me gustó. No sólo porque mi alias fuera “Peter Pan”, sino porque tu perfil tenía algo de lo que carecían las demás.
¿Sería por webcam? ¿En un supermercado? No, en una cafetería, la tuya, tan cerrada como la posibilidad de besarnos por el confinamiento.
Fui a la cita. Mediodía. Gel hidroalcohólico, una mascarilla favorecedora sobre la barba recortada, un par de juguetes, nervios y preservativos.
Respiré hondo. Se me empañaron las gafas de sol. Llamé. Una puertecita en mitad de la persiana se abrió. Me gustaste más que en las fotos. Tan alta, despampanante. Parecías sacada de un cuadro, con tu cabello ondulado castaño. Y aquel escote. Te reíste con tu voz grave al darte cuenta que tras las gafas de sol mis ojos se habían quedado clavados. Me ofreciste tu codo.
Te gustaron mis ojos azules, me dijiste, y cómo me sentaban los tejanos. Me ruboricé, aunque siempre he sabido que mi culo no pasaba desapercibido. Me ofreciste un licor. Pusiste el hilo musical. Bajaste la luz y subiste la temperatura del local. Mis ocurrencias te hicieron reír e intuí que iría bien. Fui hacia tu nuca. La empecé a acariciar. Introduje mis manos por debajo de tu camisa. Tu piel se erizó. Recorrí tus pechos, resiguiendo su línea, pasando el dorso de mi mano por tus pezones. Te desabroché. Fui hacia tu espalda, que recorrí hasta el final. Y qué final. Te hice cosquillas sin querer. Te giraste hacia mí. Imaginé tus labios bajo la mascarilla. Me quitaste la camiseta. Te sorprendió que tuviera más vello que en las fotos y luego entendí por qué. Querías jugar con la nata montada. Me estiraste sobre una de las mesas. Pusiste una pequeña cantidad sobre mis pezones, que reaccionaron de inmediato. Te quitaste la mascarilla un momento, para lamerlos, y pude ver tus labios. Quise hacer lo mismo y aceptaste. Intercambiamos posiciones pero no me pude limitar y seguí bajando, lamiendo tu vientre, la zona que separaba el ombligo del inicio de tus pantalones. Empecé a desabrocharlos y me retuviste. Espera. Desde fuera. Te incorporaste, buscaste abrazarme con una mano y con la otra empezaste a acariciarme por encima del tejano.
Me estabas poniendo a cien. Te recordé que había traído algún juguete. Alcancé mi mochila y saqué un dildo y un succionador. Me miraste con cara de jugadora y me preguntaste por qué “Peter Pan”. Porque nací en el País de Nunca Jamás y porque me considero pansexual. Me dijiste que tú también y fuiste directa con tu mano al interior de mi ropa interior, mientras susurrabas promesas en mi oído. Yo hice lo mismo. Empezaste a acariciarme y a jugar con tus dedos de tal forma que tuve un orgasmo ahí mismo. Yo quise regalarte otro y aunque noté cómo te tensabas tú me volviste a parar. Me preguntaste si querías que utilizáramos los juguetes. También traje preservativos, señalé. Y tu mirada mientras te colocabas uno me lo dijo todo.
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4. UNA GOTA DE AGUA
J M Rom
Estaba delante mí, con la piel brillante del sudor provocado por el calor, se llevó a la boca una botella de agua casi congelada y pude ver como una gota traviesa se escapaba por entre sus labios.
Que buen sitio para beber, pensé.
Que buen sitio para recoger esa gota con mi lengua, rozando sus labios, rozando su propia lengua, bebiendo de su boca mientras pego mi cuerpo al suyo para sentir su calor.
La gota helada resbaló hacia su cuello, se deslizó por él muy despacio, como una caricia. Su piel de gallina, un escalofrío.
Que buen sitio para beber, pensé.
Que buen sitio para acercar mis labios y encarcelar esa gota, succionarla, chuparla… provocar el escalofrío con mi boca y dejar la sensación de mis dientes de recuerdo.
La gota continuó su viaje acelerando, bajo su camiseta unos pezones duros se marcaron.
Que buen sitio para beber, pensé.
Que buen sitio para acercar mis manos mientras mi lengua recorre cada centímetro de piel, mezclando sudor, agua y saliva hasta alcanzar los pezones erectos, para dejar de nuevo la marca de mis dientes mientras mis manos arañan su espalda.
La gota siguió bajando, oculta, dibujando el camino que mi mirada seguía. Recorriendo la piel tersa y suave, colándose entre los pliegues de la ropa por lugares donde no caben ni los suspiros. Adentrándose un poco más, cayendo entre sus piernas.
Qué buen sitio para beber. Pensé.
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5. POR LA PATRIA GRANDE
karlos
Ella, está en pie sobre la cama. El General, la mira ojeroso desde el fondo de la almohada. Una noche más está hermosa a la breve luz azul de la luna. Manuela habla y mira hacia la ventana extendiendo un brazo.
– Esto será leyenda. O no será, señor. O será una locura a la que le condujo una decisión. La de esta mujer criolla. Quiteña. Mujer americana, con todo lo que eso es en estos tiempos de sumisión o rebeldía. De combate sin tregua por esta Patria que nos pertenece entera. ¿Me oye señor? ¡Entera!
Abajo, él, apenas tiene fuerzas para hacer que su amada termine el discurso y comience con los susurros.
– Calla mujer. Calla y ven.
Ella hinca sus rodillas alrededor de él.
– Porque así es mi amor por vos Simón. Amor de amante y amor de patriota. Amor de mujer en celo que se sacia sólo cuando esa espada inhiesta cumple su función.
Extiende el brazo y a través de la sábana agarra con fuerza la única parte “inhiesta” del General. Ella lo mira directamente con sus ojos negros. Profundos.
– Manuela, por favor. Despacio.
– Porque esas noches de angustia, en las que cabalgáis hacia el combate mientras el miedo a no volver a estar con vos me asfixia en la soledad de mi llanto, sólo se ven compensadas al saber que en la guerra vivís por Una América como yo la sueño. Como la soñaron nuestros ancestros.
Manuela no suelta su presa que tiene inmovilizado y sorprendido a Simón.
– Y que en el combate, además de la libertad de los hijos que aún no tenemos os empuja mi devoción de hembra muerta de amor y de deseo…
Manuela con toda la decisión de sus palabras agita lenta, pero profundamente “la espada” de su amado.
– Manuela, ¿queréis sonrojarme? Dejad de discursear y …
– Por la dicha, Simón. Por la felicidad de esta Patria inmensa mil veces mancillada por castellanos invasores y crueles, vos, mi señor, Simón amado, disfrutad de vuestra hembra como yo disfruto de vos.
Manuela Sainz aparta la sábana y no puede seguir hablando pues sus labios y su boca entera se ocupan de otros menesteres, cosa que a Simón Bolívar le hace cerrar los ojos y dejarse llevar por el placer soñando con el futuro de una Patria Grande y Libre.
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6. ENTRE TIERRA Y VID
Aurora Boreal
Desde que Abel llegó a los viñedos mi nivel de concentración había descendido a los infiernos. Sus ojos, sus labios carnosos y el perfil de su mandíbula estaban grabados a fuego en mi mente.
Mi cosecha corría peligro por un extraño e incontrolable germen, entonces llegó él y algo despertó en mí.
Esa mañana conduje hacia la plantación y lo vi. Estaba acostado sobre la tierra debajo de una de las cepas.
— Buenos días, exclamé.
— Schhhhsss, susurró. Anda ven.
Me agaché y él dio unos golpecitos a su lado. Resoplé antes de acceder a su petición de acostarme.
— Esta es la cepa madre, susurró, si conseguimos curarla todo lo demás revivirá, dijo clavando sus ojos en mí.
Miré sorprendida cómo sus manos rozaban la planta con cuidado impregnándola de lo que supuse un remedio.
Mi atención estaba en el movimiento de sus dedos. Si era tan cuidadoso con ella ¿cómo sería en la intimidad?.
Huí hacia mi oficina escapando de su tentador aroma a tierra. Era el momento de abrir mi autorregalo. Un masajeador de clítoris que incluía dos condones de fresa.
Lo acaricié con la yema de los dedos, su tacto era suave. Cerré los ojos y me senté en la silla. Me subí la falda deslizando las braguitas por los tobillos. Posé el vibrador bajo mi ombligo y lo activé.
Mmmm, no estaba nada mal.
Fui bajando hasta alcanzar los pliegues de mi sexo. Rodeé mi punto g echando la cabeza hacia atrás, estaba excitada. Imaginé las manos de Abel, su torso desnudo, sus brazos sosteniéndome mientras se hundía en mí. Subí la velocidad de mi nuevo amigo y rocé mi parte más sensible.
Un gemido brotó de mi garganta.
La vibración se transformó en los labios de Abel saboreándome. El orgasmo iba a ser intenso.
Aceleré mis caricias. Susurré su nombre cuando un crujido me sorprendió.
Miré hacia la puerta. Ahí estaba él observándome cauteloso. En ese instante me sorprendió el orgasmo dejándome abatida.
Abel ya estaba a mi lado. Sostuvo mi rostro entre sus manos y me besó. Se arrodilló entre mis piernas sin dejar de mirarme. Abrió sus labios y mordisqueó mis pliegues mientras su cálido aliento avivaba de nuevo el deseo.
Nos incorporamos. Presionó su erección contra mi pubis mientras nuestras bocas se exploraban y las manos desaparecían por debajo de la ropa.
Abrí los botones de sus vaqueros y observé la erección. Mis labios la envolvieron saboreándola. Ahora era él el que gemía.
Alcancé uno de los preservativos de la cajita. Se lo puso sin dejar de mirarme. Me subí a una de las arquetas invitándolo a acercarse.
Entró de una vez. Creí perder el sentido. Su aroma a tierra se mezclaba con el de las exquisitas uvas mientras lo veía entrar y salir de mi cuerpo.
Abel me sostenía en cada una de sus embestidas observando como se acercaba un nuevo orgasmo.
— Te estoy esperando cielo. susurró.
Sus palabras fueron suficientes para explotar de nuevo en un demoledor y simultáneo placer.
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7. ANTES DE COMER
JL
El agua caliente envolvía su cuerpo, con chorros acariciando su piel desde cada costado. Su cabello, recogido, dejaba el cuello al desnudo, y una pequeña gota aprovechó el recorrido para resbalar hasta su hombro, poco a poco, dejándose atrapar por la piel de tan bella criatura, tratando de evitar el empuje gravitacional que la alejaría de ella, deleitándose con cada forma de ese cuerpo. Finalmente, se deslizó sinuosa por la curvatura de su seno hasta llegar a la cúspide, desde la cual se precipitó al vacío para unirse al resto de gotas de agua, rumbo a quién sabe dónde, soñando con algún día volver al cielo y llover de nuevo sobre su cuerpo.
Anna cerró el grifo y salió a la habitación tras secarse, dejando caer la toalla para contemplar su figura. Sus mejillas enrojecidas por el calor le daban un toque juvenil y sus pechos estaban tersos, los acarició con dulzura y se mordió el labio. Aún tenía un rato antes de comer…
Entonces reparó en la sombra negra que descendía por el espejo y se dio la vuelta. La plataforma bajaba cubriendo el gran ventanal y desde ella la observaba el hombre que limpiaba los cristales, quien apartó la vista al verse sorprendido. Su primer reflejo fue cubrirse los senos, pero el extraño ya lo había visto todo así que cambió de idea. ¿Te gusta mirarme?, pensó y se dirigió con firmeza hacia la ventana. Él seguía esquivando su mirada y accionó el mecanismo para bajar a otro piso, temeroso de perder su trabajo, pero Anna no quería que fuese a ninguna parte y así se lo indicó con un firme golpe en la ventana acentuado por su anillo de plata. El hombre la miró fijamente esperando una reprimenda, ella dejó caer la rubia melena sobre sus hombros y se agarró los senos con ambas manos, ofreciéndoselos al extraño. Éste dejó de accionar la palanca y contempló, obnubilado, a la leona que comenzaba a contonearse delante de él. Anna recompensó la atención recibida llevándose la mano a los labios, humedeciendo sus dedos para bajar a su sexo. Si hubiera habido manera de romper la ventana lo habría hecho, ahí mismo, con aquel desconocido, dejándose manosear por esas grandes y sucias manos. Comenzó a masturbarse lascivamente en frente a él, aplastando sus pechos contra el cristal, exhalando vaho con cada gemido. Lamió el cristal intentando besarlo y él acercó su mano, deseoso de tocarla, momento en el que ella llegó al éxtasis. Palma con palma, era solo una fina capa lo que les separaba, pero había un abismo entre ambos. Bajo los pies de ella, una cálida alfombra de algodón. Bajo los de él, una fría plataforma metálica como única protección ante una caída de más de cien metros. Anna apretó el botón que tintaba el cristal para hacerlo opaco y se fue a vestirse. El hombre siguió bajando a limpiar más cristales, deseoso, al igual que la gota, de poder volver a disfrutar algún día de ese cuerpo.
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8. Y DE REPENTE, EL AIRE
tadzio64
La miro, me mira, sonrisas. Pido un trago, toma el suyo, la miro, me evita. Imagino besos tan rojos como sus labios, pétalos. Sale a fumar y sigo su espalda, es la gacela, la presa. Regresa y va a su lado de la barra, pide alitas fritas, siempre alitas. Ordeno lo mismo y la imito divertido, mastica como un crío, bocaditos. A la salud con sus amigas, también alzo mi copa, por la marcha madrileña, por ti. Voy a los servicios, regreso y no está. Al día siguiente pido un trago, la espero y no viene, no vienes. Pregunto al barman por la pelirroja, la que come alitas. No sabe, me responde. Jueves y viernes tampoco, sábado tampoco. ¿Y si voy un día improbable?, ¿el día de descanso de los barberos? Lunes y la veo, ¡te veo! La miro, me mira, sonrisas. Está sola, después de semanas de miradas compartidas. Me acerco, nos presentamos, brindamos, un chiste, otro, otro y otro y biografías de 160 caracteres. Flirteo con intermedios, baila sola, miro su cuerpo, mira el mío, el reguetón es una brisa callejera, le alborota el vestido como a la rubia de la película, de sus bragas asoman encajes de flores, el paraíso. Invito una copa, me mira, la evito, te evito. Apuro mi cerveza, la próxima la invita ella, insiste. No le gusto a sus amigas, tienes mirada de violador, me dice, las perlitas de su collar tiemblan con su risa. Miro sus piernas, mira mis ojos, miro sus senos, mira mis ojos, sonrisas achispadas, su risa y perlitas. No hay tiempo, hay sudor, prisas. Abro la puerta, una habitación pequeña, se alquila por horas y pagué tres. La miro, me mira, sonrisas. ¿Cómo llegamos aquí?, pregunta, la abrazo, no hay tiempo, beso su cuello, no hay tiempo, beso sus labios. La miro, me mira, entrega aceptada, escotes, bragas al piso, cuerpo a la cama, no hay tiempo gacela, es el momento, mi momento. Espera, me dice, despacio, insiste y sonríe, ¿más preámbulos? no hay tiempo, forcejeo, ¿no quieres?, le pregunto, se ríe, perlitas, ¿te burlas? Espera, me dice, me acaricia el mentón, así no. La miro, me mira, me aparto hacia la ventana, la noche. Ven, mi violador, me llama de pronto, la segunda es la vencida, nunca la tercera. Abre las piernas, me encandila, me acerco, me inclino al trofeo, al paraíso, no hay tiempo. ¿Qué te pasa?, pregunta, ¡apura!, ¡venga!, insiste, me atrae, me apuro, me concentro, me apuro más ¡y de repente el aire!, ¡me alborota como a la rubia de la película!, !me roba el final!, un rocío inútil queda entre sus piernas. La miro, me mira, la evito. ¡Violador! Jajajaja, dice, y ríe como una hiena. ¡Al aire! le grito, ¡prefiero al aire!, todas se burlan, y no esperan, ¡no respetas, no esperas! La miro, no me mira, collar roto, perlitas entre sábanas, no tiemblan, no ríen.
Tarde o temprano la encontraran, sin mirada.
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9. A UN METRO DE TI
Malenka
A través de una ventana a tan solo un metro de la mía. Una calle estrecha separándonos a ambos por dónde nunca pasa nadie, y esos ojos crueles…Minori es su nombre; lo supe por pura casualidad; la chica de cabello negro y largo. La chica de las medías por encima de la rodilla y la falda. Ella es alguien que jamás podré tener y quizá por eso me siento tan atraído. Minori; la mujer que vive en frente y que nunca apaga la luz cuando se encierra en su habitación. Tiene ese aspecto de femme fatale que no permite que ningún hombre la pise. Solo hace falta observarla unos segundos para comprender que si uno se enamora de ella sufrirá irremediablemente hasta el final. Quizá sea eso lo que me hace fantasear tras mi ventana en completa oscuridad.
Suele tumbarse sobre la cama cuando lee. Jamás se quita las medias de algodón y, cuando flexiona las rodillas, su ropa interior queda a la vista. Me pregunto si sus bragas combinan siempre con el sujetador. ¿Cuándo se mete los dedos piensa en alguien o jamás se enamoró de un hombre? Puede que solo sea eso; ella ha elegido estar sola; no necesita llenar un vacío con nadie.
Manipuladora, hermosa, egocéntrica. Caería de rodillas ante ella con tan solo una simple palabra. «Dime lo que te gusta, lo que te vuelve loca y yo solo lo haré. No pediré nada a cambio». Mordería esa boca juguetona, esa lengua afilada… Y ese modo de contonearse convencida de que nadie la ve…o sí… «Me muero por follarte…». Todo es así de simple, así de sucio. «Porque lo demás… no importa, ¿verdad, Minori?».
Quiero estar dentro de ella, moverme dentro de ella, enredar los dedos en ese cabello atezado y rebelde. Quiero saber a qué sabe, cómo grita de placer; esnifar el olor de su champú y perderme entre sus piernas, aun a riesgo de no regresar jamás de ahí. Al final todo se reduce a ese impulso; Minori es consciente de que yo estoy aquí; lo sé. Nunca corre las cortinas y a veces siento que me mira de soslayo cuando se sube las medias o se tumba de costado con la falda enrollada y la ropa interior invitándome a fantasear. Su sexo depilado –quizá—y húmedo, el modo de lamer la yema del dedo cuando pasa una página, sus labios mojados, sus ojos tristes y despiadados entornados y lascivos. «Deséame aunque solo sea un poco del mismo modo que yo te deseo a ti». Me lo repito una y otra vez mientras me palpita todo el cuerpo. Por un instante creo que me escucha porque se gira levemente y mira en mi dirección. Esta noche sonríe. Lo hace de un modo discreto, sutil. Y siento que me roba algo que no recuperaré jamás; algo que ni siquiera atesorará y lo despreciará.
«Joder, no sabes las ganas que tengo de ti…».
Ella me tortura cada noche. A un metro.
Pero me gusta tanto…
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10. CHICA MALA
Vera Lamore
Sobre las sábanas blancas, dos cuerpos desnudos se baten en ardorosa lucha a cuenta del amor. Ella menuda, activa y audaz, brega y gana la posición de amazona. Ungida por el poder del jinete, gobierna sobre su montura y cabalga sobre su cuerpo eréctil. Su sexo convertido en seda húmeda se deja penetrar. Se empeña en su afán con voluntad guerrera. Gime y pide más. Tensa sus músculos y le ciñe contra sus paredes cálidas y empapadas.
Ella, la pequeña, la licenciosa, ordena y domina sobre el cuerpo de él, que olvida convicciones y tiembla, se agita, se acelera, disfruta y se deja llevar. Los gritos de ella, agudos y cortos anuncian una irrefrenable y gratificante petite mort.
Ahora es él quien reclama más y ella no se lo niega, continúa al trote hasta que escucha un quejido de placer casi furtivo. Entonces ágil y rápida sale y espera.
—¿Por qué lo haces? —Preguntó en tono de reproche, a lo que ella respondió con una sonora carcajada.
—¿El qué? ¿No te ha gustado?
—No se trata de eso… —Él apenas sin resuello, paró a tomar aliento y entonces la sintió: Su lengua húmeda y cálida bajaba por su cuello, se entretenía en sus pezones, volvía al centro y lamía su torso, su ombligo, su pubis. Su sexo comenzó a despertar otra vez. La sangre abandonó su cerebro para fluir por conductos más remotos. De nuevo le gobernaban, de nuevo en posición de firme, otra vez eréctil y a voluntad de esa mujer que lo acariciaba, enroscándose cual serpiente devoradora de cuerpos. Gemir ante la calidez de su boca. Gemir cuando sus labios suaves se cierran para permitirle entrar y salir, provocando un nuevo quejido de las entrañas, que se sostiene en la garganta y, aplacado, sale por la boca.
—Ves ¿A que te ha gustado?
—Haces siempre lo que quieres.
—No es verdad. Yo lo intento, pero no siempre lo consigo.
Por cierto, tengo una cosa para ti —Se levantó de un salto. Desnuda anduvo hasta la cómoda. —Él contempló su espalda, sus hombros, la línea de la columna y se perdió en los recuerdos de sus días de pintor. Ella ignorante de sus pensamientos cogió su bolso, extrajo un paquetito envuelto— A ver si con esto consigo desenfadarte.
—No estoy enfadado, ya lo hemos hablado antes, eres demasiado atrevida durante el sexo.
—No me insultes. —Sonreía— No solo soy atrevida durante el sexo. Yo soy la personalización del atrevimiento.
—Tienes razón, pero ahora hablo de tu comportamiento en nuestros momentos de intimidad.
Volvió a la cama. —Toma. Con todo mi amor.
Él cogió el paquete que le ofrecía, rompió el papel. Se trataba de una cajita de joyería. —Pero…
—No hay peros. Ábrelo. —Le pidió ella con una maliciosa sonrisa.
Lo abrió y extrajo un reloj de pulsera. Le dio la vuelta. Había una frase grabada “para Alberto, abril 1925”
Y ahora, voy a seguir siendo atrevida…