Al Influencer le sobresaltó la vibración del móvil mientras posaba con un bote de crema exfoliante. La extrañeza le empapó el rostro; todos lo notaron. Qué poco profesional, pensó alguno en el estudio. El fotógrafo tuvo que pedirle que sonriese de nuevo. Siempre ponía el modo avión para las sesiones, y creía recordar haberlo hecho mientras le daban maquillaje para disimular las ojeras. Al apagarse el último flash sacó el móvil del bolsillo con más impulsividad de la habitual.
Ningún whatsapp y ninguna llamada. El modo avión estaba puesto. ¿De verdad ha vibrado o me lo imaginé yo? Modo avión fuera. Entonces sí, una marea parpadeante de mensajes y notificaciones le sumergió de nuevo en el ajetreo febril de los iconos digitales, de vuelta al líquido amniótico que alimentaba su reputación, su cuenta corriente y su cuenta de Instagram. Enseguida olvidó el incidente.
Comió en La Mucca de Tribunal y subió a casa a descansar hasta la hora de la fiesta. En el ascensor, cuando tonteaba por Grindr, volvió a vibrarle el teléfono sin explicación alguna, esta vez durante mucho más tiempo. El Influencer sintió un desasosiego que no era terror todavía sino el vértigo, la mera amenaza de la desconexión. Tenía que llamar al servicio técnico, pero podía esperar a mañana.
Silenció el teléfono y se echó en la cama. Apenas había dormido la noche anterior – esa última raya a las cinco de la madrugada- y cayó en un sueño pesado y rotundo nada más tumbarse. Revivió dos horas después, ya había anochecido, y por instinto se abalanzó directo hacia el móvil. Cientos de reacciones a su última story, de hacía apenas quince minutos, y una avalancha de mensajes de sus followers quinceañeros: “Jjaja qué loco estas”, “eres un grande! Te la pela todo!”. ¿Qué coño es esto? El Influencer empezaba a notarse inquieto, desorientado en su propia casa.
Preferiría no saber de qué se trataba. Seguían llegando mensajes, nuevos seguidores, comentarios. ¡Muchos más que en las fotos de la crema! No se atrevía a desbloquear el móvil. Querría lanzarlo contra la pared y que con él reventasen las redes mundiales de comunicación y quebrasen las compañías tecnológicas. El aparato dio más señales de vida autónoma, ahora con una serie de siete vibraciones breves.
Fue a lavarse la cara y se sirvió una copa de vino. Cuando volvió a su cuarto, el aluvión de whatsapps y notificaciones no había remitido. El Influencer vació el vaso de un trago, con avidez de salvaje, y se secó el vino de los morros con las mangas de su jersey de Hermès.
Llamada del Representante. Mejor no coger, no escuchar. Antes la tortura de ese tono irritante, obstinado, saturando sus nervios que la certeza del escándalo y la humillación. Su propia imagen, la máscara que se había esculpido, se le escurría entre las manos sin poder evitarlo. Una grieta imprevista le estaba desnudando. Cinco nuevos mensajes de Mamá: Eso nunca me lo habías contado. ¿Hasta cuándo se puede posponer una catástrofe?