No podía dormir. Demasiadas imágenes pasaban por mi mente. Sin embargo, solo una de ellas se me había fijado y no podía olvidar: un espejo sin reflejo. El porqué, no lo sé. Pero ahí estaba yo, sin poder dormir. Decidí levantarme y… ¡No podía!
Fase uno: estrés
Mis piernas no reaccionaban. Intenté moverme hacia los lados o rodar, pero lo único que conseguía era hundirme en la cama.
Fase dos: tensión
Cada vez me pesaba más el cuerpo, más y más, notando como se deformaba el colchón bajo mi espalda. Paré. Si seguía así las sábanas me envolverían junto al colchón, podría ¡asfixiarme! De nuevo intenté girar, moverme ¡ALGO! Pero fue un fracaso tras otro. Yacía rígida sobre la cama.
Fase tres: angustia
Los brazos se pegaban a mi cuerpo apretándome en las costillas, y seguía notando como el peso aumentaba. ¡Ay! Pinchazo en el corazón ¡Ay! Otra vez. Los ojos se me cerraban, porqué los párpados se volvían pesados, dejándome en la completa oscuridad.
Fase cuatro: dolor
Se me clavaba algo. ¡Las costillas! Se me estaban rompiendo del peso y la presión ejercida por los brazos que ya estaban colocados encima de mi pecho. ¡Ayuda!
Fase cinco: pánico
¿Qué hago? ¡¿Qué hago?! Rompí a llorar, a gritar, pero no había nadie en casa ya que hacía poco que me había mudado. Era inútil. Solo notaba el palpito de mi corazón y las roturas que mis huesos estaban generando en él. Si continuaba así… ¡Noooo!
Fase seis: tentación
Como si fuera un conejo me levanté, consiguiendo salir de terror infernal, volviendo a ver la luz de la luna de la noche. ¡Al fin! No entendía ni el cómo, ni el qué me estaba pasando, pero no me importaba. Solo notaba dolor. Con intención de avisar a alguien di un paso… (estúpida de mí.) ¡Crack! Caí de bruces contra el suelo tras romperse las últimas costillas… se clavaron. Ni un grito, ni un suspiro, solo se escuchó el retumbe de mi propio peso contra el suelo, poco a poco seis baldosas se iban tiñendo de rojo, ni una más, ni una menos.
Sonó la alarma. Me levanté de golpe. Un sudor frío corría por mi espalda y sentía una gran molestia que no conseguía describir.
Una pesadilla, solo había sido eso.
Decidida, me erguí y lo vi. Ahí estaban. Las seis baldosas teñidas de rojo.
Así vino, un mareo que no podía controlar, daba tumbos por la habitación, no conseguía enfocar, me choqué. Mi cabeza dio contra el único espejo de pie que había.
Me derrumbé, viendo únicamente el reflejo del resto del suelo... tiñéndose de rojo… porque yo, en él, ya no me reflejaba.