Chico contempló con curiosidad la lombriz que acababa de desenterrar y que se retorcía entre sus dedos.
–Adelante, Chico, metétela en la boca –dijo Mentor con un sonrisa tan vil como su alma.
El niño había escuchado esas mismas palabras cientos de veces, cuando Mentor se plantaba ante él con los pantalones bajados para mostrarle su erección. Y sus intenciones.
Chico le debía la vida a Mentor. Él era quien lo cuidaba en aquel mundo apocalíptico desde que sus caminos se encontraran hacía tres años, poco después de La Gran Catástrofe. Él lo había rescatado entonces, tras la muerte de sus padres, y ahora lo mantenía a salvo de los demás supervivientes. De él había aprendido a no tener piedad con los que intentaban hacerles daño y también a buscar los alimentos ahora que tanto escaseaban, sobre todo, aquellos que se escondían bajo tierra. A cambio, Chico tenía que pagar un «pequeño tributo carnal», como lo llamaba Mentor.
Esa mañana, como tantas otras, ambos se encontraban escarbando en el suelo, en busca de algo que comer. Empleaban para tal fin unas pequeñas palas metálicas que habían encontrado en cierta ocasión en un almacén abandonado. En un momento dado Chico se giró y vio a Mentor acuclillado de espaldas a él, ocupado en intentar arrancarle a la tierra un poco de sustento. Tarareaba distraído una canción, ajeno por completo a su «pupilo». En ese instante, el niño tuvo un momento de extraña desconexión de todo y de pronto una fuerza desconocida surgió dentro de él. Una llamarada escarlata anegó su mente, se adueñó de su voluntad y le impulsó a dirigir sus pasos hacia un desprevenido y confiado Mentor. El hombre no pudo hacer nada cuando el niño alzó su pala con ambas manos y comenzó a golpear su cabeza, golpear y seguir golpeando, y golpear, y golpear...
***
Habían pasado ya unos cuantos días desde que Chico «rompió» su relación con Mentor. El hambre apretaba sus tripas esa mañana y, una vez más, se disponía a hurgar bajo el polvoriento suelo en busca de algo que llevarse al estómago. A veces Mentor y él enterraban la comida que no iban a consumir en agujeros que llamaban «despensas» y la dejaban ahí hasta que la necesitaban. Chico había llegado hasta uno de esos lugares. Clavó su pala con decisión en la tierra y escarbó hasta dar con lo que había allí enterrado. Al poco apareció el cuerpo desnudo y desmembrado de Mentor.
Chico desenterró un brazo, lo bañó con el agua de su cantimplora para quitarle la tierra adherida y le arrancó un pedazo de carne con un cuchillo. Justo cuando se disponía a comerse la carne recordó las perversas palabras de Mentor: «Adelante, Chico, metétela en la boca».
Y eso fue lo que hizo. Pero fue la primera vez que sonreía al hacerlo.