Colgado por lo pies, en un frío y húmedo sótano, justo ahora, cuando acababa de resolver el caso. Este individuo parece ir siempre un paso por delante, no me dio tiempo a sacar el arma, me desvanecí en cuanto noté su presencia, ¿cómo es posible? Y además huyó, logró sortear a todos mis compañeros, le teníamos rodeado, ¿cargando conmigo? Imposible.
El detective logró abrir los ojos, aunque desearía no haberlo hecho nunca. Una gran mesa de madera y la pared llena de armas blancas era toda la decoración que alcanzaba a ver, si no contaba la sangre que cubría toda la estancia, ese hedor de decenas de víctimas le taladraba la mente y le apuñalaba el orgullo.
El asesino serial más prolífico de la historia. No había un patrón entre sus víctimas, no dejaba testigos, ni pruebas... Era un auténtico fantasma, la prioridad absoluta de todos los cuerpos de seguridad. Sólo un golpe de suerte nos condujo hasta su ubicación. Aunque ahora pienso si no era parte de su plan.
Pudo girar el cuerpo lo suficiente como para ver que no estaba solo. Uno, dos, tres... En efecto, los veinte miembros de la operación que lo acompañaban estaban allí con él. Todos colgados boca abajo y con las manos atadas a la espalda, tan confusos y abatidos como él.
En ese momento entró alguien, llevaba un largo delantal con manchas secas de sangre, botas altas y la cara cubierta con una máscara antigás. El detective trató de comunicarse con su captor, sin saber muy bien qué le iba a decir. Aunque pronto descubrió que eso no iba a importar mucho. Un leve gemido fue lo único que pudo espetar. Hasta ese mismo momento no se había dado cuenta de que le faltaba la lengua.
El individuo que les tenía retenidos no venía solo, traía consigo un cordero al que dejó atado a un lado de la mesa. Se acercó a uno de los policías, con un hacha en la mano y le cortó la cabeza sin vacilar. El detective recordaba las conversaciones con los forenses: las sustancias paralizantes, la ausencia de sangre en los cuerpos encontrados y lo más nauseabundo, aquello que estaba a punto de contemplar, la firma del peligroso criminal, lo que le había dado su macabra fama.
El cuerpo del compañero permanecía suspendido, perdiendo su líquido vital de forma abrupta, en un torrente ensordecedor de muerte y desolación, mientras aquel monstruo recogía su cabeza y se la llevaba por la puerta por la que había entrado. Probablemente son sus trofeos, mejor no pensar en cuántas tenía y cómo las conservaba.
Sus crímenes sólo tenían un nexo en común. Los cuerpos aparecían en lugares dispares; el sexo, edad y raza de las víctimas no seguía ninguna lógica; las cabezas no se recuperaron nunca, pero sus cuerpos siempre aparecían con una cosida sobre su cuello y hombros... El asesino era conocido como “Cabeza de ganado”, y ahora iba a ser testigo involuntario de su siguiente trabajo.