Carla creía que su viernes no podía ser peor. Pero se equivocaba. Se había tirado encima el café del desayuno, había tenido que cambiarse y llegó tarde a trabajar. Eso le costó una bronca de su jefe. Además, por la tarde había discutido con su madre. Y para rematar, el tipo perfecto que parecía su cita de Tinder había resultado ser un peñazo. Por lo menos había elegido bien el restaurante. Tenía una decoración vintage y la cocina era atrevida y sabrosa. Parecía lo único delicioso mientras escuchaba al tipo contarle los cuidados que dedicaba a su pelo. Porque había que reconocer que tenía pelazo, pero era un pelmazo.
Así que Carla estaba deseando acabar la cena cuando algunas de las luces se apagaron y se escuchó el primer grito. Provenía de la mesa contigua a la entrada. A pesar de la penumbra, pudo discernir el perfil de una chica rubia con una larga melena lisa que se llevaba las manos al rostro. Acto seguido, se escuchó un impacto y el grito se apagó. Carla gritó de puro miedo inconsciente, al tiempo que su corazón, desbocado, parecía que le fuese a saltar del pecho. La primera criatura ya había accedido al local y lanzaba las sillas a su paso. Medía más de dos metros, era peluda y tenía unos colmillos amarillentos que mostraban una tétrica sonrisa. Pero lo más llamaba la atención eran sus fuertes brazos y sus tremendas garras, que manchadas de sangre, arrasaban con el local. Ya había agarrado a otra víctima del cuello y le había vaciado las vísceras intestinales. El aroma a deliciosa comida había sido sustituido por el olor del orín y la sangre. El terror atenazaba a todas las personas que habían decidido probar el restaurante Lamucca un viernes por la noche.
La criatura se dirigió hacia el lado contrario al que se encontraban Carla y el del pelazo. Entonces, él, que ya se había olvidado de ella, decidió que era el momento de escapar. Se lanzó a la carrera con las piernas temblorosas hacia la puerta del local, mientras Carla asimilaba que estaba siendo abandonaba. La criatura estaba mordiendo el rostro del camarero de la barba y los tatuajes, el que estaba buenísimo y en el que Carla había pensado más de una noche. Y de dos. La criatura le estaba arrancando el rostro a mordiscos en el momento en el que el del pelazo llegaba a la puerta y parecía que iba a conseguirlo.
Justo en ese instante, apareció una segunda y demoníaca criatura que atravesó el vientre de su cita esparciendo el contenido de su estómago por el suelo del local. Carla intentó gritar y no pudo, las lágrimas acudieron a su rostro y sintió un ataque de pánico mientras trataba de respirar al tiempo que unas palabras golpearon sus oídos:
–¿Va a querer postre? – preguntaba divertido el camarero de la barba y los tatuajes, mientras su cita asimilaba que se había quedado dormida entre el segundo y el postre.