Valentina no se pone el pijama desde hace cuatro meses. Duerme en el maltrecho sofá del salón completamente vestida y vigila día y noche la puerta de entrada de la vivienda.
Conoce al monstruo que tatúa de dolor su piel una y otra vez. Es una sensación de alquitrán líquido recorriendo las cavidades de su cuerpo. Hace mucho daño.
Cuando cae la noche, Valentina pronuncia su mantra protector: “Estás perdida si lo dejas entrar, no habrá marcha atrás”. Sin embargo, la tentación es fuerte.
El monstruo es un viejo conocido, quizá sea el que mejor conoce sus debilidades y sabe cómo derribar sus últimas defensas. No es la primera vez que gana la batalla. Valentina, aislada; Valentina, avergonzada; Valentina, pequeñita; Valentina, incomprendida; Valentina, rendida. Esas son sus victorias.
Resuena el mantra en su cabeza: “Estás perdida si lo dejas entrar, estás perdida si lo dejas entrar…”. Son las once de la noche, las doce, la una, las dos….y su mirada sigue clavada en la puerta.
Desde el exterior escucha una discusión de pareja. Valentina abre la ventana, aprieta las manos y grita crispada a la joven: “’Él tiene todas las balas. Huye, corre, ahora”.
A continuación, cierra los ojos y cae al suelo. Su verdugo no tardará en llegar, siempre encuentra el camino.