Llevaba horas chateando, había perdido la noción del tiempo, escribía sin pausa, enfebrecidamente, explicándole mi vida, mis sentimientos más profundos, mis anhelos más inexplicables. Diciéndole esas cosas que solo se dicen ante la soledad de una pantalla iluminada en el pequeño espacio de una habitación de alquiler, como si nadie estuviera escuchando, como si por fin pudiera abrirme sin miedo al rechazo, a ser considerada un monstruo. Nunca antes había hablado de ello. Nunca me había atrevido a rememorarlo ¿Era verdad lo que le estaba contando? ¿No estaría acusando la falta de sueño? Intentaba desesperadamente que no colgara, que no se fuera, que no me dejara de nuevo ante mi terrible soledad, ante mis terribles pensamientos, ante mis recuerdos y mi miedo a la locura. ¿Soy normal? A veces tenía mis dudas ¿Qué era normal? ¿Quien era capaz de juzgarme, de poner el límite entre la normalidad y la locura? No podía ser un monstruo, él no había colgado, no se había ido, no se había asustado. Me dejaba hablar, escuchaba, escuchaba mis frases interminables, mis recuerdos, esos recuerdos que habían desaparecido de mi memoria hacía tanto tiempo. Parecía que nada le sorprendiera, que me conociera de toda la vida, que estuviera deseoso de más, de saber más, de saberlo todo. Y yo seguía desgranando mis recuerdos, reviviéndolos, recreándome con el placer que me producían. Sí, era placer lo que sentía, el placer ante el recuerdo del sufrimiento inflingido, el placer ante unos ojos desorbitados por el terror, el placer del control sobre la vida y la muerte, una muerte lenta y dolorosa, inacabable. Él era todavía un niño. Habían pasado años desde que todo sucedió. Una vida echada a perder por mí, por el placer de hacer daño, que fuerte me sentía, llena de vida, como si el solo hecho de haberlo vivido diera sentido a toda mi vida, nunca antes ni después había sentido esa plenitud, ahora recordándolo me sentía de nuevo radiante, entera y viva.
Le di mi dirección, le dije mi nombre, quería conocerlo, quería ver quien era ese hombre que había podido sostener todo el peso de mi vida, ese hombre que ya formaba parte de mí, la única persona que parecía entenderme y vibrar conmigo.
Yo soy ese niño mamá, hace años que te buscaba y por fin te encontré.
Yo soy ese hombre deforme que tú destruiste yo soy el monstruo que tú
creaste, toda mi vida la he dedicado a buscarte y por fin te encontré.
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