Me desperté sofocada y sudando, las sábanas encharcadas y de nuevo sintiendo ese calor abrasador recorriendo mi sangre, se va extendiendo por cada parte de mi piel, cada fibra de mi cuerpo arde y no para, se extiende mientras el dolor se apodera de cada una de mis extremidades, el chasquido de mis huesos lo corrobora y mi piel desgarrándose cae al suelo para que salga el animal que tengo en mi interior, esa deliciosa carne que más tarde será una delicatessen para mí. Noto la poca amplitud que tienen las cadenas en mis manos y tobillos, cada vez aprietan más, ¿habré elegido las medidas correctas? ¿estarán a salvo mientras dure la noche?
Todo en mi cuerpo está cambiando, mis sentidos se agudizan, mi calor corporal va en aumento, mis manos ahora son garras, tengo visión nocturna y mi olfato está detectando olores familiares. Miro a través de la oscuridad de mi habitación y noto la presencia, ¿por qué se han quedado aquí?, les dije que se marcharan.
De repente soy consciente de lo que está sucediendo, noto cómo el sabor a metal fluye por mi garganta, tanto tiempo evitándolo y la sangre ya gotea manchando todo mi cuerpo. Las cadenas habían caído y yo había sido liberada, los cuerpos se amontonan uno tras otro mientras yo recorro cada habitación en busca de más víctimas. Ya no hay vuelta atrás, el monstruo que estaba dentro de mí había tomado el control y no tenía remordimientos. Los demás miembros de la casa huían despavoridos, sus miradas llenas de terror se clavaban en la mía, en el fondo sabían que habían hecho mal no creyéndome y ya era tarde para esconderse.
Fue tan sólo unos minutos después cuando empecé a escuchar el sonido de un timbre muy agudo, resonaba en mi interior y no me dejaba pensar con claridad ¿qué estaba sucediendo? El tiempo retornaba hacia atrás, parecía que las habitaciones me estaban absorbiendo al lugar de donde partí, al lugar donde me encontraba encadenada. Sobresaltada desperté atada de pies y manos en la cama de mi celda, miré a mí alrededor y recordé donde me encontraba, donde había sido ingresada meses atrás…en el psiquiátrico. Un hombre con bata blanca a mi lado hacía resonar una pequeña campanita que con voz cálida me decía: “es hora de tomar tu medicación pequeña”.
Nadie podía imaginar que tras esa apariencia de niña débil y frágil se escondía una perversa asesina que en las noches de luna llena se convertía en una sangrienta mujer lobo que soñaba con destriparlos a todos.