Me repugnan los gusanos, especialmente aquel que está bajo mi piel. Está siempre ahí aunque no lo note. Primero aparece el picor bajo mi brazo y cuando miro está ahí, un bulto enorme sobresaliendo en mi piel y moviéndose sinuosamente debajo de ella. Golpeo mi brazo con la esperanza de aplastarlo, pero es siempre más rápido que yo. El moratón se queda siempre mientras veo con impotencia como se sigue moviendo. Lo araño con fuerza, con la esperanza de que salga a través de mis heridas. Nunca lo hace, pero el picor y el gusano desaparecen, por poco tiempo.
—Hay que tener cuidado con los gusanos –dijo mi pareja mientras comíamos en un restaurante –parasitan la carne podrida y a veces nos damos cuenta demasiado tarde.
El picor aparece en mi brazo. Mi pareja huele si carne y pone mala cara. No, no es ese filete lo que está malo, el hedor sale de mi brazo, el cual se pudre lentamente mientras es devorado por un gusano.
Agarro un cuchillo y voy al baño. Remango el jersey y allí está: el gusano moviéndose debajo de mis heridas, más grande que nunca. Apoyo mi brazo en el lavabo y lo golpeo. El gusano repta hasta mi mano. Golpeo con fuerza la palma y el gusano huye hasta mi dedo meñique, deformándolo a su paso. Agarro el cuchillo y cerceno con rapidez. El dolor me hace gritar por un momento y apresuro a tapar la amputación para que deje de brotar sangre. Mientras, en el lavabo, mi dedo se retuerce encima de un charco de sangre como si fuese un gusano.
Una señora entra en el baño, pensando que he sufrido un accidente se acerca a ofrecerme ayuda. Intento alejarla de mí, el gusano puede estar cerca. La miro a los ojos y veo una pequeña larva moviéndose bajo su córnea. Empujo con fuerza a la mujer. Ella me grita algo pero yo sólo estoy aterrada de las larvas que hay en su boca, habitando su saliva, saliendo cara vez que habla, intentando llegar de nuevo a mí para meterse en mi cuerpo. Le tapo la boca con fuerza para no contagiarme. Ella me agarra para soltarse. Su tacto es sinuoso, como si debajo de sus manos se estuviesen moviendo miles de gusanos buscando más carne podrida que comer.
Suelto su boca, le agarro del pelo y le estampo la cabeza contra el grifo del lavabo. Me aterra pensar que vuelva a entrar otro gusano bajo mi piel. La mujer ya no se mueve, la sangre que sale de su herida sí.
Salgo del baño y le pido salir a mi pareja de allí, con la excusa de la carne en mal estado. Oculto mi mano y salimos cogidos del brazo. Cuando llegamos a la calle, bajo la luz del sol, consigo verle un bulto reptando bajo su cuello. Un gusano.