Hoy es uno de esos días grises, lluviosos, de calles desiertas en la oscuridad de la noche. ¡Como odio la oscuridad!
Salgo de la estación de Antón Martín, salí tarde de currar, me perdí la cena, "Lamucca Prado, no te equivoques como la última vez ;-). Estamos en la planta baja, pedimos una copa" me decían el último Whatsapp. De eso ya hace rato, una avería en la línea me tuvo bajo tierra más de la cuenta. Lo mismo ya ni llego a tomármela.
Me apresuro, mis pasos por la calle del León resuenan en la soledad de la noche. Como cambia Madrid sin el bullicio de la gente.
Llego al restaurante, el portón de madera está entreabierto, las luces casi apagadas, no veo a nadie pero oigo risas, paso, imagino que seguirán abajo.
Cruzo lentamente el comedor, espero que no me confundan con un atracador y me estampen una silla en la cabeza.
Malditos zapatos, siguen delatando mis pasos… pero ahora siento otros, me detengo, miro a mi alrededor y no veo a nadie, continúo hacia las escaleras, chirrían las bisagras del portón que se cierra bruscamente, me giro, sigo sin ver a nadie, habrá sido el viento.
De pronto, me percato de que las risas han cesado… ¡Ya están estos cabrones queriendo hacerme una de las suyas! Bajo las escaleras con cautela, les conozco, no me fío de ellos.
Casi me caigo en el último escalón. ¿Qué cojones hace ahí ese zapato?
Cuando levanto la cabeza, cuatro rostros ensangrentados sentados en la mesa junto a la bodega me miran con unos profundos y penetrantes ojos negros.
Vaya, por fin llega el postre… ¡Te estábamos esperando!
Me quedo inmóvil, un escalofrío recorre mi cuerpo, a través de los cristales ensangrentados de la cava de vinos veo amontonados los cuerpos mutilados de mis amigos.
No me salen las palabras, ni un grito, ni un leve sonido, casi no puedo respirar. Subo corriendo, tropiezo con el maldito zapato y me golpeo la cabeza con el borde de madera de un escalón, noto la sangre resbalar por mi sien, estoy confuso, veo ciervos, jabalíes, toros y toreros... ¿Estaré soñando? No escucho a nadie, lo mismo sí que es un sueño, a duras penas me pongo en pié y observo que los animales con los que fantaseaba son los dibujos de los azulejos de la contrahuella de la escalera.
Subo el resto de la escalera a toda prisa, en el último escalón, una sombra me recibe con una silla que golpea mi pecho. Escucho crujir mis costillas.
Intento abrir los ojos, me duele todo, respiro con dificultad, quiero llevarme las manos a la cabeza pero no puedo mover los brazos, intento patalear pero tampoco. Estoy atado y acabo de darme cuenta de que tengo algo en la boca que me impide gritar.
Ahora no son cuatro sino cinco los rostros que me miran penetrantemente.
Escucho un ¡que aproveche! y siento un pinchazo en mi corazón. Todo se vuelve oscuro. ¡Como odio la oscuridad!