-¡Te apuesto lo que sea! - dijo Sean mirando fijamente a su amigo Jones.
- No creo que sea tan importante lo que me tengas que decir...- contestó Jones mientras daba una calada a su cigarrillo de marca rancia.
- El dolor no existe, está en nuestra mente. Recientes estudios dicen que ciertos nervios son los que controlan los impulsos que llevan la información del dolor al cerebro y que si se inhiben, evita que el paciente no sienta nada- expresaba Sean con admiración, meneando delante de la cara aburrida de Jones, una estadística de no sé qué estudios de la Universidad de Connecticut.
- Creo que le das demasiada importancia a un papel que está lleno de garabatos y de números inconexos- increpó de mala gana Jones apagando el cigarrillo en el suelo.
- ¿No me crees? ... Cierra los ojos si tienes valor y sabrás que te digo la verdad- explicó Sean con una larga sonrisa en la cara.
- ¿Dejarás de atosigarme con estas tonterías?- dijo Jones expirando una gran bocanada de aire
- Palabra- juró Sean.
- Ok- expresó su amigo mientras cerraba sus ojos y suspiraba.
- Es sólo un segundo- explicó nervioso Sean; no pasará nada.
- ¡Más te vale, pesado!- indicó Jones con cierto malestar reflejándose en su tez.
Hubo un silencio sepulcral en el que Jones quiso abrir los ojos, pero esperó a que su amigo hiciera la prueba. Sin embargo, no se escuchaba ni su respiración.
En ese momento, un agudísimo dolor en el muslo derecho hizo que abriera los ojos precipitadamente, mientras gritaba intentando agarrar la mano a su amigo.
- ¡Eres un quejica, Jones!. Sólo estoy clavando tus muslos con este martillo y estos clavos al banco del parque. Ya verás como acaba desapareciendo el dolor, es natural, la adrenalina en las venas, el estado de shock.....- decía Sean apoyando otro clavo en el muslo izquierdo y golpeando con el martillo.
Pronto el dolor fue tan grande que quedó inconsciente Jones.
- ¿Ves?, tenía yo razón... al decir esta última frase Sean, martilleó mortalmente el instrumento en la cabeza de Jones. haciendo una gran brecha en el cráneo del pobre muchacho... A lo lejos, en medio de la explanada que quedaba cerca del parque, se podía escuchar al viento silbar una melodía macabra.