Ni siquiera sabía que demonios es lo que pasaba allí.
Las luces se apagaban, los vasos se resquebrajaban y los portazos ya se habían convertido en algo habitual.
Le seguía dando miedo, por supuesto, pero ya se había acostumbrado.
A esos ruidos repentinos, a las voces que susurraban su nombre, a los llantos de bebé combinados con los gritos agudos de lo que parecía una mujer.
Que podía hacer? Nada.
Apenas podía comer, ni dormir mientras intentaba pasar tiempo fuera de casa pero al volver estaba su continua pesadilla.
Hogar dulce hogar, decían.
Soltó una amarga carcajada pero todos sus ahorros se habían ido por el desagüe de esa casa.
De repente, sus pensamientos se truncaron por el paso de una especie de silueta ¿humana? que se plantó frente a él.
Estaba paralizado, esa cosa le miraba fijamente y ese hedor con esa sonrisa de dientes podridos le helaron la sangre.
Un grito apenas audible pero que a ese bicho le molestó.
Un brazo largo y delgado como un alambre le propinó una bofetada que hizo que el sofá volcara y él debajo.
Acto seguido aquello desapareció.
- ¿ Se puede saber que esto?
Fue a por un poco de hielo, la figura de aquel ser le había dejado trastocado.
¿Acaso se estaba volviendo loco? Pensó.
Pero el golpe no se lo podía haber imaginado y el sofá con su figura enclenque era imposible que lo levantara.
¿Quién sabe lo que es capaz de hacer nuestro cerebro?
Era un hombre valiente pero no tenía más remedio, tenía miedo, pánico, auténtico terror.
Las 3 de la mañana y mientras en la teletienda salía un señor cortando nosequé con unos cuchillos, los ojos cada vez le pesaban más.
Las 4 y 30 decía aquel viejo despertador pero que a pesar de todo funcionaba.
Noto algo húmedo en sus manos, encendió la luz y...
Estaba cubierto de un líquido espeso que sin ninguna duda, era sangre.
Y debajo de la cama el cadáver de una persona joven.
Estaba fresco, aún caliente.
Ni siquiera sabía si era asesino o sonámbulo, o ambas cosas.
Tenía que pensar con claridad así que fue a lavarse al baño.
Dedicó una mirada al espejo pero no se veía.
Su reflejo estaba ausente pero en su lugar apareció una cara con mirada demoníaca que dedicó una socarrona sonrisa.
- ¿ Qué has hecho?
- Hemos.
No podía más, su cabeza estaba a punto de estallar.
Existía una única manera de acabar con todo esto.
Cogió la cuchilla de afeitar de la repisa del lavabo y se hizo un corte limpio en el cuello.
La sangre no paraba de brotar tiñiendo de color rojizo aquellas baldosas desgastadas y aquella cosa se empezaba a difuminar y el dolor desaparecía.
Había hecho lo necesario y una sonrisa se formó en su rostro mientras poco a poco dio su último suspiro.
«Realmente no hay lugar como el hogar».
No estaba de acuerdo con la dichosa Dorothy.