Escucha un estruendo en la oscuridad, sigue el silencio. El hombre sale al balcón. Sigue una explosión. Un neumático rueda por el pavimento. Las llamas alcanzan un árbol en la calle. Las imágenes se desvanecen con la misma rapidez con que han aparecido. El hombre despierta de un extraño sueño. Intenta agarrarse al colchón. No lo encuentra, con esa extraña sensación de flotar en el vacío. Una luz ilumina sus ojos, le deslumbra, no logra enfocar los objetos. Siente los músculos de su cara en tensión. Un bombero con casco le agarra de la mano izquierda. A la derecha, divisa una señora vestida con cofia y mandil.
No sabe qué hace en ese lugar o de dónde proviene la tenue luz. El silencio perturba sus sentidos. Las articulaciones de su cuerpo parecen anquilosadas.
Sobre el grupo se acerca otro hombre uniformado con corbata y gorra de plato; otro, agarra un maletín de ejecutivo. A unos metros, se distingue una persona con mono de mecánico.
La visión se distorsiona. El maletín y el casco levitan, todo se mueve. Su cuerpo se sacude por la situación, se masajea los párpados para recuperar la perspectiva de personas y objetos. Percibe las notas de un órgano. El grupo se pone de cuclillas, se levantan y alzan los brazos. Los movimientos son lentos. Bailan el corro de la patata. Nadie canta, sólo suena una extraña música de fondo, música sacra.
Se paran, salen del círculo que formaban. El conductor se gira lentamente, de la espalda sobresale el volante de un autobús. El hombre tiembla de pánico. Ruega que todo sea un sueño. El vértigo le invade, los compañeros se desvanecen, la iluminación se difumina. La música se atenúa hasta que sólo percibe un brutal silencio. Puede observar algunos detalles que le aterrorizan: la cara de la criada presenta terribles quemaduras; la piel del bombero es azul, parece que se ahogue; del abdomen del mecánico rebosan los intestinos; del pecho del ejecutivo cuelga el corazón y el marcapasos.
Sigue sin entender por qué sigue a la deriva. Quizás sea otra estúpida pesadilla, de la que no se acordará cuando despierte. «Espero que sea así», piensa. Una burbuja escapa de sus labios, pierde progresivamente la conciencia.
Una de las puertas del recinto se abre, el resto de focos del techo se encienden. Un grupo de estudiantes entra en la sala y se agrupan por parejas. El director del equipo observa con detenimiento los cuerpos inertes bañados en formol.
—Si me atienden un momento, por favor —El director se dirige a los estudiantes. En cuanto capta la atención, prosigue con la explicación—. Como comprobarán, todos los casos que observan son evidentes. Comenzaremos la autopsia por el cadáver que conserva una extraña cara de espanto y los ojos desorbitados, aún se desconoce la etiología de su fallecimiento…